“EL LUGAR”, de Annie Ernaux
- salva-robles
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“EL LUGAR”, de Annie Ernaux
AÑO: 1983
PÁGINAS: 102
GÉNERO: novela
La autoficción es en Annie Ernaux una mixtura de biografía personal, historia colectiva y sociología. Extrae de sus vivencias y recuerdos una exploración que es al mismo tiempo algo íntimo y también político, pues como sucede en esta novela, simultáneamente cuenta la historia (en plan homenaje) de su padre (tras fallecer este) y analiza su propia transición de clase (de hija de familia obrera a mujer independiente de clase media) que ella vive no sin sentirse incómoda y con remordimientos por comprender que ha renegado de sus orígenes de manera inconsciente y es la escritura la que pone la cognición en su propio retrato. Pero en Ernaux lo personal siempre es radiografía de la memoria colectiva, así el yo de la autora es un trasunto del nosotros francés y/o universal. Dice Ernaux en la página 48: “Al escribir se estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alienación que conlleva. Porque esas formas de vida eran las nuestras, y casi podía considerarse felicidad, pero también lo eran las humillantes barreras de nuestra condición (conciencia de que “en casa no estamos del todo bien”), me gustaría decir felicidad y alienación a la vez. O, más bien, la impresión de balancearse de un extremo a otro de esta contradicción”. Así, en “EL LUGAR”, la Ernaux investiga y examina los complejos y las monomanías de una clase social rural que tiene como espejo a la burguesía de las ciudades, pero también la autora francesa se inquiere a sí mima sobre las dificultades de encontrar un lugar individual y particular (en su padre e idénticamente en ella).
Con una escritura cristalina y sencilla, pero siempre descarnada (por realista y seca), la autora francesa es voz propia en sus libros, una voz narrativa que persistentemente se muestra testaruda y precisa mientras bucea para encontrar la verdad haciendo una especie de acercamiento de observación participante (quizá etnográfica) a su biografía y a su entorno. Aquí, en “EL LUGAR”, sería su padre el hábitat al que se acerca y describe y, por añadidura, el de su propia existencia como hija dentro de la biosfera paterna.
De alguna manera, toda la literatura de Ernaux nos grita que las rutinas íntimas no se entienden sin la Historia, sin el consorcio social y sin los códigos que lo modelan. En la novela que comento, la escritura pone en claro, con la visceralidad de cuchillo afilado que caracteriza a la Ernaux, un semblante emocional sobre el duelo tras la muerte del padre. Hay algo como científico en la manera en la que se acerca a la radiografía paterna para extraer correspondencias universales. Ella usa la primera persona narrativa (ese yo tan exclusivamente suyo) para retratar la memoria de un país. En pocas páginas (la economía narrativa es otra marca de la escritora) recibimos una clase de historia y un tratado íntimo que se literaturiza (es decir, ficticio) sin dejar de ser real y que se transmuta en algo sociológico. Pero también es un tributo emocionado a la figura de su padre, un hombre simple y misterioso para la hija que lo revive en un libro-homenaje espléndido y hermoso en profundidades.
Yo sigo alucinando con la literatura de la Ernaux, con esa representación introspectiva privilegiada que gasta, con ese proyecto escritural que se suma libro a libro para construir una obra inseparable y más comprensible en su conexión convertida en sello literario propio y único. Y sinceramente, creo con fruición y alevosía, que hoy sin la existencia de la autora francesa, no se entendería la escritura de Emmanuel Carrère o la de Karl Ove Knausgård (lo mismo ni siquiera existirían como narradores).




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