AÑO: 1986
PÁGINAS: 396
GÉNERO: novela
Hay algo grandioso en esta novela. No es sólo la prosa de Ford, que ya la conocía y siempre me pareció soberbia. Es que el autor norteamericano se ha inventado un personajazo increíble y un narrador en primera persona que le da voz a ese personaje que es una auténtica delicia. Frank Bascombe es el hombre gris por antonomasia, un ser humano que tras haber sufrido demasiado (la muerte de un hijo es lo que eclosiona todo en su vida) toma la decisión de ser un pasota, un indiferente y hasta frío (en apariencia) ser humano. Todo lo vive y contempla desde esa atalaya del pasotismo, que es su refugio más equilibrado y en el que mejor se siente para sobrevivir lo que le queda de vida. Pero su desgana, desinterés o indiferencia no son más que legítima vulnerabilidad. Bascombe vive tenaz y fuertemente en el desencanto que es adonde lo lleva el constante fluido de la cotidianidad. Aunque logra, pese a ello, no ser un infeliz del todo. Ese yo ficticio de Ford es el hombre de las ironías juguetonas y de la palabra universal porque él es (o representa) ese tipo de personaje que a todo lector le gusta escuchar.
Desde el principio, ya en las primeras páginas, el personaje nos ha metido en su vida y en su propia mente. Sus puyas y sarcasmos, sus reflexiones y doctrinas son la ropa que calza. Es un testigo privilegiado (con su lenguaraz manera de mirar el mundo) de la vida social y moral de EE.UU. Es un informador, un orador ensimismado, que perorata con incisos. Y se convierte, página a página, en un radiólogo de la vida privada o doméstica del “american way of life”. Con su mirada cínica y desencantada, nos regala un retrato perfecto de un país tan particular y único (para bien y para mal). De esta manera, el mundo contemporáneo se convierte en la mirada de Bascombe en un puro mostrarse gracias a las opiniones, sobresaltos, sentimientos o fruslerías que va narrando con ese estilo casi axiomático o sentencioso.
La prosa de Ford es aquí algo que se emparenta, yo creo que muy conscientemente, con el diario de una persona. El narrador Bascombe reproduce y traslada sus pensamientos con una cadencia remisa, a veces hasta remolona. Por eso aparecen las redundancias y las intermitencias, como ocurre en nuestra mente, que es caos y fragmentos que se acoplan para sumar. De esta manera, en la novela apenas hay acción, aunque vayan sucediendo cosas al personaje, tal es la sensación que ese estilo produce. Y, sin embargo, esa inacción cala en el lector, que no puede ni quiere evitar seguir sumando páginas para cazar más reflexiones o cálculos vitales del personaje central.
Es esta novela de Ford una clara reminiscencia del “realismo sucio” de Carver, ese tipo de realismo que se empeña con puntillosa exactitud en capturar la vida ordinaria de la gente común y corriente. Y Bascombe es un personaje que busca en sus peroratas y razonamientos una huida digna de esa consonancia horrorosa que es sentirse extraviado dentro de la vida alienante, enloquecida y enajenada. Es el monólogo de Frank un intento de salvación para sí mismo en mitad de la realidad infectada. ¿Es Frank Bascombe un alter ego de Richard Ford? Pues claro que sí o muy probablemente. Parece que el autor vomita sus consternaciones y ansiedades. Y si Flaubert afirmó “madame Bovary soy yo”, este Frank somos todos nosotros. Por eso los lectores como yo que caen rendidos ante esta novela se sienten manifestados, se aprecian en el retrato, se entregan a unas reflexiones que no son suyas pero que las envidian como si lo fueran. Y levitan entre las páginas. Yo he levitado en cada párrafo, no he parado de subrayar en el libro con mi lápiz bicolor.
Una novela grandiosa, un personaje eterno, un autor en plenas facultades artísticas manifestando con inteligencia a borbotones que la vida es siempre esa desdicha o desventura que nunca llega a ser del todo una tragedia. La voz alta y despejada de Ford es la voz corrosiva por antonomasia, pero también es el talento hirviendo de una pluma vomitando retratos y verdades.
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