No, pues no y no. Que no. Que me parece exageradísimo este encumbramiento de un director que acaba siempre regalando vacío inane, ínfulas a espuertas e intenciones que sólo se quedan en eso: en propósitos que no cuajan y subsisten sin finalidad, más allá de un objetivo pretencioso (y pertinente, por supuesto, porque sí que veo en esas intenciones un algo que no llega, pero que, sin embargo, se intenta). Pues al encumbrado ya le han regalado dos Palmas de Oro en tan solo cinco años (ahí queda eso, pocos cineastas infinitamente mejores que este director sueco han logrado algo así en la gran historia del cine, además de premios europeos y nominaciones a los Oscars). Pues no. Que no y no.
Lo comparan con Haneke, con Yorgos Lanthimos o Michel Franco. Y a mí me da la risa. Vale, es verdad que Östlund es un inconformista (bien, esto me gusta), no se resigna a la hora de mostrar el desprecio que siente hacia los seres humanos privilegiados por el dinero o la fama efímera y vacía (genial que haya gente que quiera ridiculizar a estos especímenes) y usa la sátira (me encantan los artistas punzantes, venenosos y agudos) como género cinematográfico para ejecutar su alegato contra las miserias de los que administran o manejan el primer mundo. El problema de este director es que todo se queda en intenciones, en vanidades y, finalmente, en humos.
Sí, es cierto que retrata con cierto ahínco las superficialidades e insolencias de la burguesía privilegiada, que su humor en ocasiones (en pocas, según me parece a mí) sabe destapar esas capas invisibles sobre las que el sistema capitalista sustenta su imperio inmisericorde y dictatorial; y, además, hace estallar la parodia por varios frentes cuando retrata las tiranteces sociales dentro de la lucha de clases. Todo esto lo veo, me doy cuenta de lo que intenta este director.
El problema es que, aunque lo perciba, no me llega o lo descubro sin penetrabilidad, sin área para la deliberación. No veo en esa caricatura de personajes nada de poso, nada de estudio psicológico, nada de sedimento humano que me haga empatizar y/o rechazar a esas criaturas más allá de su parodia hiperbólica. Es decir, veo una película fría, machacona (y, por tanto, monótona) en gags, en situaciones baladíes, tontorronas (algunas me producen sonrojo por su simpleza o por su comicidad poligonera y a lo Mariano Ozores). Veo una película que se alarga hasta la extenuación, el aburrimiento y el hartazgo durante los 147 minutos que dura, demasiados para una parodia que se puede hacer igual en la mitad de tiempo. Y percibo, sobre todo, unas intenciones pomposas en un cineasta cuya desmesura termina malgastándose por culpa de una retahíla de clichés que se creen rebeldes y sediciosos. Como diría mi madre: “Mucho arroz para tan poco pollo”. Y yo añado: “Mucho ruido y pocas nueces”.
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