Páginas: 304
Publicación: 1911
Género: novela
Releer a Baroja tantos años después (en esa edición clásica de Cátedra, claro) y constatar que tu recuerdo sobre sus obras permanece inalterado. Cuando lo leí (casi todo lo suyo) en mi época universitaria quedé fascinado de por vida. Ha sido un placer volver a él para preparar la lectura con mis alumnos de 2º de bachillerato.
En “EL ÁRBOL DE LA CIENCIA” está toda la esencia de este escritor inigualable: un estilo ágil de narración fluida, con frases cortas y contundentes y muy muy certeras, diálogos abundantes que sirven para el flujo dialéctico de los personajes y las pinceladas descriptivas (siempre acertadas) para “dibujar” el ambiente y los seres humanos que protagonizan sus novelas.
En ella está, mejor que en ninguna otra de sus obras, la visión del mundo -y de la realidad- barojiana y su pesimismo existencial. Una visión triste sobre cómo funciona la sociedad y sobre la falta de sentido (que él veía con toda la razón) de la existencia humana.
Su personaje central (el maravilloso personaje de Andrés Hurtado) es una muestra del conflicto oratorio entre el individuo y la sociedad. Su falta de fe ante lo que contempla (Hurtado es uno de los grandes y mejores espectadores que ha dado la historia de la literatura española) está descrita con una inteligencia descomunal y el lector no puede evitar sentirse empapado del absurdo y de la brutalidad de una realidad tan real como mortífera.
Hay otro enfrentamiento en la novela: el del mundo rural y la ciencia y aquí vemos a ese Baroja positivista (tan de finales del siglo XIX) que confía tanto en lo científico como símbolo de progreso. Y hay, cómo no, una crítica contundente a la sociedad asfixiante de la época, crítica que se dirige hacia viarios frentes: las instituciones públicas, el sistema educativo español tan nefasto, el atraso de España, la explotación de los ricos, los pobres analfabetos faltos de ambición, etc., etc. (¿Ha cambiado algo España desde entonces? Baroja es atemporal por algo).
Andrés Hurtado no está solo. A su lado o por su vida pasa un abultado número de personajes secundarios de gran calidad que reflejan un ambicioso y certero retrato de la España de finales del XIX. Y aunque sean tipos (pues representan funciones muy claras), no están exentos de una profundidad psicológica impresionante.
Y luego está ese final. Tan exterminador y concluyente. Ese final que deja al espectador sin respiración. Uf.
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