Hay obras que nacen con muy loables intenciones. Que se hacen con propósitos precisos y metas significativas. Que se apegan a los tiempos que corren (y que ojalá no sean sólo una moda pasajera). Son películas que quieren concienciar, exponer y sensibilizar sobre asuntos importantes. Pero, a veces, esos propósitos e intenciones no son suficientes para alcanzar la categoría de película-mito o película inmortal u obra maestra. Ni siquiera la de película sobresaliente. Esas obras, en muchas ocasiones son un bluf tremendo, o se convierten en películas medianas o simplemente en productos cinematográficos que se estrenan, hacen un poco de ruido y se olvidan al poco tiempo.
“ELLAS HABLAN” es una de esas películas que está realizada con buenas intenciones y se queda a medio camino. No es una película mala, ni mucho menos. No es una película del montón, esto tampoco. Es, simple y llanamente, una película fallida, insuficiente; una obra que lo intenta, pero tiene dentro grietas que la convierten en algo a medio camino y sobre la que sientes como un poco de rabia por lo que podría haber llegado a ser y no logra. Es una película donde la teoría funciona y es muy muy muy pertinente. Pero es una película que se pierde en su tesis, que no ahonda nunca en el verdadero conflicto, que camina sobre diálogos de materia emocionante, pero que resulta demasiado sintética en su puesta en escena. Se dice más de lo que se muestra. Y en esa oralidad hay desmedido discurso (que se convierte en panfleto -pertinente, sí, pero panfleto-) y escasa provocación (algo que el tema necesita a todas luces para lograr mayor hondura y penetrabilidad en el subconsciente masculino y también femenino). En resumen: es una película de tesis y poco más.
No obstante, se agradece el trabajo de dirección de Sarah Polley, una artista osada, con propósitos que alcanzan algún logro y con intenciones que tienen enjundia y cierto poso. Además, nos regala una obra bien dirigida en cuanto a interpretaciones de un grupo de actrices entregadas (aunque todos los personajes representan una noción o teoría y escasean en profundidad psicológica porque esta queda recubierta por la generalidad o el prototipo simbolizado). También Polley utiliza la fotografía (de excelente factura y exquisitos resultados) para radiografiar y encarnar los estados anímicos de una comunidad de mujeres vapuleadas por la religión y, sobre todo, por el patriarcado déspota, tiránico y encarcelador.
Hay también algo bueno en el guion y es su manera de aproximarse a interpelaciones existenciales que cualquier mujer que viva bajo el yugo machista se plantea hoy. Y lo hace como acto de protesta sin la necesidad de la violencia (aunque esta sí se perciba en lo que ellas han recibido -o reciben a diario- de los hombres -que nunca aparecen en escena, por cierto- que las dominan y que las obligan a replantearse todo eso que la película señala). Todo se muestra de una manera un tanto abstracta, más psíquica que física. Quizás porque lo que Polley nos plantea es una necesaria deliberación y un debate reflexivo y pertinente sobre cuestiones patriarcales que escuecen tanto y tanto daño siguen haciendo.
La película está plagada de ira, pero también hay mucha ternura. Hay cuantioso drama psíquico, pero además nos regala algunas escenas humorísticas que nos dejan respirar a los espectadores. Hay mucho que no se dice, pero que se percibe gracias a ciertas sutilezas de la directora. Es verdad que a todo le falta como una capa de pulido y una mayor penetrabilidad narrativa, no obstante, se notan los desgarros femeninos y las impotencias que estos producen. Y, finalmente, la película deja cierto halo de esperanza que se cuela en mitad de las tragedias cotidianas y de esa densa intelectualidad con la que parece revestirse toda la temática de una obra que acaba medio ahogándose en su propia intencionalidad.
CALIFICACIÓN: 7
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