Es una película que empieza muy bien y que durante gran parte de su metraje es bastante buena (en intenciones, sobre todo). La crítica al mundo capitalista desde la mirada de la clase obrera se presenta de manera sencilla, casi neutra e higienizada y, por eso, quizá llegue más a las retinas del espectador. Ese tono y estilo casi periodístico lo maneja muy bien el escritor Carrère que aquí actúa de director de orquesta. Luego, en su parte final, la película decae quizá porque se desvía del tema central y se pierde en cierta sensiblería innecesaria y en una ingenuidad algo ñoña que rompe con el buen tono de todo lo anterior.
Las precariedades laborales aparecen bien retratadas sin necesidad de grandes alaracas y esto es, de lejos, lo mejor de la película junto a un grupo de actrices realizando buenos trabajos, a la cabeza la SIEMPRE esplendorosa Juliette Binoche, que nos regala otra muestra de su impresionante talento, de su inmejorable y dignísima madurez como intérprete todoterreno.
Se deja ver, uno la contempla todo el rato como con mucha paz porque está viendo algo que se cuenta de manera agradable, aunque la condescendencia que se la da a todo, finalmente, no logra una película inolvidable. Es como un quiero y no puedo esa retórica que sustentan todos sus mensajes (el principal y los secundarios). La película se acaba y ese examen a la globalización capitalista queda desdibujado, pero se entiende la intención y eso ya es mucho en tiempos tan censores o políticamente correctos.
De esas películas que uno no se arrepiente de haber visto, aunque intuye que las olvidará pronto.
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