Tenía muchísimas ganas de verla. El cine de este director me atrae siempre y me ha regalado películas potentes y distintas que me gustaron (y hasta emocionaron) mucho o tenían algo dentro de ellas que se han convertido en momentos cinéfilos estupendos. Esta la termino de ver y se me instala una pregunta: realmente, ¿qué me ha querido contar Jaime Rosales?
La película tiene tres partes. La primera me produjo un desasosiego brutal y hasta me hizo sentir mala leche por culpa de un personaje masculino desagradable y tan verídico por desgracia (cuánta persona tóxica puede llegar a rodearnos y a hacernos la vida un infierno). Y, de pronto, ese personaje desaparece y ya no vuelve nunca. La película pierde fuerza, como que se desinfla: no he llegado a entender bien del todo el personaje interpretado con maestría por Anna Castillo. Se me escapan las intenciones del director a la hora de retratar a esa joven madre perdida en relaciones amorosas que no cuajan. Me paso todo el rato (después de esa gran primera parte) pensando en cuáles son las motivaciones de ella, preguntándome por qué hace lo que hace y, sobre todo, para qué lo hace.
Los cambios entre las tres partes están bien engarzados gracias a un uso de las elipsis soberbio. Pero una vez contempladas esas elipsis, sigo preguntándome todo el rato qué pretende relatarme la película. Sí veo que la cámara sigue a una mujer en sus vicisitudes cotidianas y que hay detrás de ellas un retrato del vacío existencial en el que percibo a muchos jóvenes hoy día. Pero esa representación termina siendo un tanto superficial debido a un cúmulo de escenas conservadoras, repletas de clichés que ya he visto en muchas otras películas. Es decir, percibo un discurso (el de un personaje femenino frágil y mangoneado por las masculinidades venenosas) muy pobre en conceptos por las percepciones con las que me lo presenta y eso me va produciendo un desapego tremendo con la película, que sucede ante mis ojos sin que yo reciba ninguna turbación, más allá, esto sí, de disfrutar de una actriz que brilla con soberana naturalidad y toneladas de verdad en tonos de voz, en gestos y miradas. La propuesta de Rosales no se derrumba gracias a esa interpretación majestuosa de una Anna Castillo que cada vez me gusta más y más.
Rosales ha parido una película libre de rigores estéticos, quizá sea su película más limpia. Pero el problema que yo le veo es que, aunque consigue momentos de realismo verosímiles y hasta, de alguna manera, potentes, no terminan de ensamblar bien con las motivaciones de los personajes porque no veo reflexión que genere debate o confrontación. Es decir, percibo trucos temáticos sin coherencia o meditación interna y por eso no acabo de entender las actitudes del personaje femenino central o de los dos personajes masculinos de la segunda y tercera parte, y me pierdo en intentar comprender para justificar o creerme a esa mujer o a esos hombres.
Así que cuando llegan los títulos de crédito finales, miro la pantalla sintiendo una decepción fría y extraña, aunque “GIRASOLES SILVESTRES” no sea una película mala ni mucho menos.
CALIFICACIÓN: 6
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