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"GOLPE DE SUERTE" (Francia, 2023), de Woody Allen


 

Los que adoramos de verdad (de la buena) el cine de Woody, acudimos a nuestra cita anual con él siempre seguros y nada expectantes: nos conocemos sus películas, sus temas, su método peculiar o su estilo y personalidad cinematográficas; hasta nos sabemos cómo son los títulos de crédito del principio o del final. Es un director ya veterano que no ha dejado de rodar películas, pese a los vetos, los obstáculos y las dificultades que ha tenido durante los últimos años de su extraordinaria carrera, que ahora ejerce fuera de EE.UU., en lugares donde no hay miedo ni censura para producirle sus nuevas obras. Así que lo único que ha cambiado es el espacio: de Nueva York, hemos pasado a Londres, Barcelona o París.

Es decir, su cine ya no nos sorprende a quienes llevamos toda la vida viendo sus películas. Y, sin embargo, las veo feliz, agradecido, con una sonrisa que me noto en la cara desde el minuto uno. Alguna vez, sobre todo en los últimos años, ha tropezado y nos ha regalado historias sin fuste alguno, sin alma o gracia. Pocas veces, todo hay que decirlo, porque en todas siempre hay algo perdurable, algo que merece la pena recordar o alguna chispa de su genio. Y con “GOLPE DE SUERTE” parece que remonta algo y, desde luego y aunque no sea una de sus grandes obras maestras, nos regala una película curiosa, mediana, pero jugosa, muy en el estilo de la que yo creo que es su última GRAN PELÍCULA: la espléndida y redonda “MATCH POINT”, con la que tiene esta última ciertas hermandades temáticas y cierto tono irónico como comedia negra con suculento enredo. Aunque también le veo concomitancias con la maravillosa “DELITOS Y FALTAS”, sobre todo en la inmoralidad de varios de sus personajes.

En el fondo, tengo la sensación de que esta última película es un homenaje a sí mismo y a su carrera. ¿Y por qué no?, me digo al acabar de verla. Y sonrío aún más cuando la pienso varios días después o ahora cuando estoy escribiendo sobre ella: “GOLPE DE SUERTE” tiene como tesoro interno la inestabilidad o vacilaciones en un guion que parece perspicaz a la par que ingenuo y hasta cándido en muchos momentos. Pero no se olvida de regalarnos, de vez en cuando, esa chispa tan alleniana que mixtura como nadie la ironía y la complejidad. Y lo mejor: el director neoyorkino no trata nunca al espectador como si este fuera imbécil. De ahí que la película respire fluidez y elegancia, que aparezca refulgente en la eficacia a la hora de capturar la tensión en unos personajes bien elaborados.

Así que sí, que me gusta seguir viendo a Woody. Que me alegra verlo autoparodiarse y recrearse en lo que ya nos regaló otras veces con mayor fortuna y que aquí, en su película 50, más parece un cumplido a sí mismo, pero sin ínfulas. Sigo viendo a un director con ganas de divertirse y de divertirnos a los demás. Que no es poco, piénsenlo.

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