(España, 2002), de Pedro Almodóvar
Es “Hable con ella”, dentro de su impresionante filmografía, la gran obra maestra de Pedro Almodóvar, su película más redonda y aquella que sabe aglutinar mejor su particular mundo iconográfico y sentimental, a la par que atrevido y fascinante, todo pasado por la más elegante depuración que un artista ha sabido hacer de sí mismo. Aquel Almodóvar de los primeros tiempos, tan moderno y vanguardista y tan trasgresor, aparece aquí con el mismo fondo fisgón, pero con el refinamiento que da la inteligencia cinematográfica bien asumida del paso de los años. Almodóvar se ha convertido en un enorme cineasta capaz de pintar a la perfección con su cámara todo lo que se le ocurre, además de hacerlo con un estilo único y bien reconocible, cualidad que a sólo unos pocos genios privilegiados les está permitida. Un estilo que aquí, con sutileza y elegancia a borbotones, parece conducir hacia nuevas vías, como si el director manchego necesitara respirar otros caminos.
El guion de Almodóvar disemina y siembra desde el espectacular comienzo hasta el hermosísimo despliegue final una capacidad de síntesis asombrosa, que deja una película de estructura nada tradicional y que el espectador va construyendo a partir de los enigmas que se mueven por chorros furtivos de metáforas y elecciones surrealistas; un espectador que debe esforzarse (con el placer que da la mirada que entiende cuando el cine hace sentir avispado e intuitivo al que mira) si quiere disfrutar del juego que el director propone. Una propuesta arriesgadísima, sí, que bordea constantemente los peligros de una inundación que nunca llega, pues el olfato almodovariano la esquiva con sabiduría y ofrece un poderosísimo viaje sentimental que, en el fondo y también en superficie, no es más que la constatación de la existencia del amor loco, mostrado con luz diáfana, humor y altas capas de dulzura.
La gran historia de “amour fou” que se narra en este triste y, sin embargo, esperanzador film, toca al espectador, lo conmueve y lo remueve. Hay dos hombres (uno que habla y otro que llora), dos mujeres silentes que provocan el torrente de palabras y el chorro de lágrimas de los dos hombres respectivamente. Y, en medio, el levantamiento de una amistad sincera y caudalosa entre dos seres solitarios que no han podido ni han querido evitar encontrarse. Benigno y Marcos, dos almas intranquilas, predispuestos como nadie a compartir (e incluso entender) los sentimientos del otro. Y la cámara sutil y despierta de Almodóvar que ilustra la pasión incontrolable, pero no la juzga. Un paseo, en fin, por los derroteros de la soledad y la muerte.
“Hable con ella” es cine que confiesa: los personajes hablan y por eso se autodescubren. Y el poder de la palabra necesita de unos actores cuyos ojos y cuyos cuerpos no tengan reparos en desnudarse para crear autenticidad y franqueza, y la película se aprovecha de los inmensos Javier Cámara y Darío Grandinetti, intérpretes aliados y decisivos en esta hermosa ficción que (como todas las de Almodóvar) no evade una preciosista puesta en escena ni una condición estética propias de un artista con una entidad plástica muy particular. Sus obras, y “Hable con ella” no es una excepción, buscan el coloquio con las demás artes: pintura, literatura, música o cine. El resultado: un arte heterogéneo a través de un filtro descomunalmente personal.
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