(miniserie, 5 episodios)
Recital encomiable, pasmoso y extraordinario de un actor que se llama Ewan McGregor. Sólo por ver lo que hace con este personaje antipático la serie ya merece ser visionada. Es de esas veces en las que un intérprete parece que trasciende el arte y nos regala un trabajo para la posteridad y que se va a recordar siempre. Un hito en la carrera de este actor que siempre me ha gustado, aunque no tanto como aquí.
La miniserie atrapa bastante. Y eso que cuenta algo que ya hemos visto en muchas ocasiones (el ascenso y caída de un poderoso), y eso que los guiones no profundizan lo bastante y se quedan en lo predecible. Pero no importa. Y no importa porque está Ewan McGregor delante y porque, además, el diseño de producción de la miniserie es espectacular. Este diseño sabe recrear una época, un mundo, una manera de entender la vida y de vivirla y consigue que nos la imaginemos tal y como la recordamos a través de múltiples películas de los 70 y 80 o por otras referencias.
No importa tampoco que todo sea exagerado o que el retrato interior de los personajes sea frívolo. Las vidas que retrata la apuesta televisiva así lo eran o al menos lo aparentaban. Y no importa porque esto hay que verlo para disfrutarlo sin tomárselo en serio. Y si no te la tomas en serio, la disfrutas mucho más. Un lujo ver los diseños de vestuario, las casas donde habitan los personajes. Una gozada escuchar a Liza Minneli (qué bien la recrea la actriz que la interpreta y que no sé quién es), una delicia entender la época y el mundo artístico, cultural o social plasmado (desde el lado de los ricos que también lloran frente a kilos de coca, cigarros y lujo hortera en muchas ocasiones) desde algunas de sus tripas. Sin duda, y después de la exhibición McGregor, lo mejor es el tratamiento estético y su ritmo. Sin olvidarnos de una banda sonora prodigiosa con temazos icónicos incluidos (David Bowie a la cabeza).
Si la analizas, es chabacana. Pero si la piensas como disfrute, es efectista, elegante y hasta divertida.