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"HISTORIAS TARDÍAS", de Stephen Dixon


AÑO: 2016

PÁGINAS: 382

GÉNERO: novela fragmentaria


¿Es Stephen Dixon uno de los grandes olvidados de la literatura actual norteamericana? Me hago esta pregunta porque me considero un lector informado, que bucea constantemente, que habla con muchos buenos lectores por las redes y comparte opiniones sobre libros a diario por esos mimos sitios. Y, pese a todo esto, no había oído nunca el nombre de este autor. Ni una sola referencia. Me compré este libro por intuición, al ver la portada (que me gustó mucho) y leer lo que ponía en la contraportada. Me dije: creo que me puede gustar.

Me he encontrado a un autor inmenso y un libro maravilloso, muy bueno en calidad e intenciones narrativas. Un libro profundo y valiente que atesora dentro varios hallazgos que considero aciertos asombrosos en cuanto a estilo y hondura temática. Un libro compuesto por 31 relatos que, en realidad, dadas sus interconexiones continuas, dado que tiene siempre al mismo protagonista y dadas sus reincidencias (que no son repeticiones soporíferas, ni mucho menos, sino ángulos diversos sobre diferentes situaciones vitales), es una novela y así es como voy a considerar este libro siempre. Aunque sus relatos se puedan leer de manera independiente, en el orden en el que aparecen o en otro orden que uno decida. Al sumar todos los relatos (que podríamos llamar perfectamente capítulos con título), el magnético resultado es algo así como una novela construida a base de fragmentos, sin principio, nudo o desenlace tradicionales, pero que abarcan limaduras o cascajos de la vida de un hombre viudo que es incapaz de superar la muerte de su esposa.

Pero, ¿qué hace tan hermoso a este libro? Sin duda alguna, su personaje protagonista, un tal Philip Siedel, un profesor jubilado y escritor de cierta reputación. Él mismo es el narrador directo (a veces indirecto) de los 31 capítulos. Es un personaje abatido, sí, pero detrás de su abatimiento hay una energía, un ánimo o fortaleza que lo convierten en un luchador que, muy lejos de la añoranza o soledad (que sí están inevitablemente), se decanta por un empecinamiento vital en el que pasado (recuerdo), presente (tristeza y lucha) o futuro (posibilidad) se dan la mano para construir a un ser humano que ha vivido y sigue viviendo como constatación de lo que hace el tiempo con nosotros, que no es sino complejidad, pues no hay un único Philip Siedel, como no hay un único nosotros, ya que la vida nos hace evolucionar siempre encaminados hacia un único sitio, que es el final. Pero antes, en el recorrido, uno experimenta y construye deseos cambiantes y sufre desvaríos o debacles que nos constituyen como seres psicológicos, es decir, como seres vivos que pensamos y razonamos en abstracto para expresar lo que nos ocurre en nuestros procesos mentales y, claro, todo eso afecta a nuestros comportamientos. De esta manera, los temas van desfilando por el libro, fusionándose para ser parte de un todo y por ahí el personaje central se radiografía a sí mismo a través de sus preocupaciones, que son la muerte, no perder la memoria ni desvariar, la vejez, el amor de nuevo una vez perdido. Temas tópicos, sí, pero que en Stephen Dixon topan con lo que parece un nuevo terreno productivo, tal es la personalidad que este autor les otorga. Y el lector que yo soy nota, percibe o quiere pensar que muy posiblemente el narrador de este libro sea un alter ego del propio Stephen Dixon.

En los 31 capítulos el lector se encuentra con una pluralidad estilística encomiable (sin dejar de ser nunca una prosa sencilla, directa, franca y hasta yo diría que humilde y en la que las intenciones artísticas -que sin duda las hay- quedan diluidas en una naturalidad bellísima): hay de todo, desde historias realistas a otras bastante oníricas, desde relatos lineales hasta otros donde la ruptura logra juegos preciosos entre el tiempo y el espacio. Aunque el genuino núcleo del libro es la enfermedad y muerte de Abby (esposa del protagonista y ella misma coprotagonista en tantos capítulos), las historias se bifurcan para hacernos un recorrido vital por la historia de este matrimonio con dos hijas. Así, los tiempos se solapan constantemente y el lector se encuentra dentro de un viaje en el que hay persistentes retrocesos y avances y en el que la mente del protagonista se debate muchas veces entre lo existente y lo ideal. Es aquí, en esa lucha entre lo que hay y lo que deseo, donde el libro estalla en ternura infinita, un sentimiento que jamás se usa con moralismos ni con edulcoramientos que caigan en lo blandengue y/o manipulativo.

Otro portentoso hecho de este libro es que en él explota la cotidianidad por todas sus esquinas. Una cotidianidad absolutamente habitual, real, verdadera. Como pocas veces he visto yo en un libro. Así, todo es creíble y, por tanto, cercano y uno lo percibe como vivido o factible de experimentarlo. Por tanto, todo lo que narra el libro, revestido por esta verdad cotidiana, toma mayor importancia y cala mucho más hondo, pues lo que se lee toma consciencia en el lector bajo la forma de algo indudable, de algo que le salpica muy de cerca. Yo iba leyendo cada relato/capítulo sintiendo, cada vez más, una especie de hechizo empático, a la misma vez que me he visto recapacitando sobre la irrevocabilidad de la vida, sobre que cada día que vivimos el final está más cerca. Y, sin embargo, esto último no lo he sentido como algo negativo, sino muy al contrario: he reconocido esa verdad como una aceptación con una tolerancia higiénica y muy terapéutica.

No quiero acabar sin mencionar el magnético entramado intertextual que hay dentro de este libro. Que no es sino un precioso y muy cabal juego metaficcional donde el destino y su antónimo se dan la mano en muchos de los capítulos para revelarnos que la realidad no es una siempre y que ésta está repleta de derivas y ángulos que ofrecen posibles soluciones al latido realista. Parece que Stephen Dixon nos quiere recordar que la experiencia vital contada en literatura nos regala una especie de encantamiento o de filtro por el que respirar mejor.

Creo que he descubierto a un autor magnífico y este libro, sin duda alguna por mi parte, es una auténtica gozada. Es de esos libros sobre los que uno piensa: me hice lector para encontrar de vez en cuando libros como éste. Así que estoy entusiasmado y sé que desde ya lo voy a recordar como una de mis lecturas más placenteras.

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