AÑO: 2015
PÁGINAS: 267
GÉNERO: relato
Fascinación.
Todos y cada uno de los personajes que aparecen en estos 7 relatos nuevos de Murakami me han calado y me han servido como espejo (si no personal, sí de cómo funciona el mundo de hoy). Pensemos con conciencia un poco: ¿cuántas horas al día pasamos solos? Esa soledad de la que nos nutrimos y en la que coexistimos a diario es la gran protagonista de este libro.
Varios componentes se repiten en los distintos (y a la vez tan iguales) personajes de las siete narraciones; pero domina la incomunicación de los protagonistas displicentes e incapaces de un movimiento en pos del cambio y extrañados ante lo que la vida les pone delante. Seres sin impulsos para afrontar los cambios, personas que respiran y viven y comen y duermen como autómatas que respetan sus turnos y sus “obligaciones” cotidianas y donde los sentimientos aparecen, pero no deben instalarse de forma definitiva.
Los espacios por donde se mueven son bellos y dulcemente fríos. Una metáfora más de las vidas cuadriculadas, monótonas y sin apenas ambiciones de los personajes. El extrañamiento ante todo lo que sucede es recibido con aceptación resignada: lo que pasa, ocurre porque no puede ocurrir otra cosa. Y en esa monotonía de la vida, sobreviven sin cuestionamientos, agarrados a lo que les da seguridad (casa, trabajo, soledad) e incapacitados para aferrarse a los sentimientos hacia el otro. Se trasluce un miedo (inconsciente) a aceptar cualquier cambio que pueda modificar la monotonía, como si cualquier trastoque de lo cotidiano pudiera suponer una hecatombe absoluta. En este sentido, son personajes que habitan en la prudencia, como vigilantes neuróticos de lo que tienen y no puede ni debe ser modificado. Por eso, cuando les llega el amor, lo desperdician: lo saborean un poco, pero no terminan de tragarlo del todo.
Ninguna de las historias tiene final. Acaban abruptamente. Pero entre medias han ocurrido cosas de las que los personajes no han tomado conocimiento o se han negado a tomarlo por miedo a las modificaciones. Esa incapacidad para la acción les impide amar o ser amados en la continuidad: por sus vidas emerge el amor, pero no saben cómo sostenerlo. No obstante, la huella de los sentimientos y de la persona que los ha provocado (una mujer en cada caso) queda para siempre calando la vida de los personajes masculinos (esos “hombres sin mujeres” del título).
Todo en los relatos es sutil y lo importante aparece sugerido con un estilo conciso, limpio (sin retoricismos oscuros) en el uso del lenguaje directo, y con una sencillez expresiva que, aparentemente, deja en el lector el regusto de esas lecturas “fáciles” y “rápidas”. Pero no es del todo así: hay fondo en esta forma de narrar. Y ese fondo es lo que hace grande a Murakami: parece que no cuenta nada, pero están aconteciendo muchas cosas. Y, sobre todo, hay una manera muy inteligente de retratar la soledad del ser humano del siglo XXI. Y el extrañamiento del que hablaba al principio se apodera también del lector y le deja un poso de disfrute ante la gozada de lo leído. El mundo literario y (tan) personal de Murakami sigue ensanchándose y yo, como ferviente admirador murakamiano, me alegro y ¡vaya cómo lo disfruto!
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