AÑO: 1978
PÁGINAS: 188
GÉNERO: novela
Novela pequeña, corta, de lectura rápida y hasta fácil diría yo –sin connotaciones negativas en ninguno de los adjetivos que he utilizado–, esta obra que podría ser calificada de “menor” en la bibliografía de este magnífico escritor inglés (uno de los mejores de su generación), es como el reverso –quizá no tanto– de un cuento infantil. Una fábula moderna, ambientada en el mundo contemporáneo, que muy bien podría estar ocurriendo en la casa de tu vecino.
Es una historia tremenda. La mires por donde la quieras analizar, dentro hay una eclosión de inocencias manchadas, de personajes arrancados de la normalidad cotidiana y de seres que sobreviven como pueden ante una de esas situaciones injustas que a veces ocurren en la vida de cualquiera de nosotros. Pero si esa situación la vida te la impone cuando eres niño o adolescente, la sinrazón es aún más grande.
Los cuatro protagonistas (cuatro hermanos –dos chicos y dos chicas–) tienen que subsistir sin adultos a los que aferrarse, sin normas con las que afianzar un modelo de comportamiento, sin un salvador al que poder pedir ayuda. Esa supervivencia animal a la que se agarran como pueden –tirados a una piscina sin salvavidas– es de un salvajismo atroz, pero que aparece narrado con una llaneza tan natural y sin enjuiciamientos que el lector no se percata de la oscuridad de todo lo que va leyendo hasta que ya está atrapado dentro de una narración que te secuestra y conquista. Y justo en ese momento, cuando como lector estás disfrutando, dices: “Pero, ¿qué cosa es ésta con la que me estoy complaciendo?”.
Puedes sentir rabia (la sientes), puedes enjuiciar al escritor (lo haces), puedes respirar rechazo (lo respiras) y, sin embargo, sigues leyendo. Y sigues dentro de esa casa (metáfora de micromundo alienado y alienante, de mundo putrefacto y maloliente) queriendo saber cómo sería posible salvar a los cuatro hermanos. Porque, en el fondo, los entiendes. Porque, en el fondo, te identificas. Porque, en el fondo, terminas sintiendo que quién eres tú para juzgar. Y acabas la lectura admirando a un novelista que ha conseguido atrapar en su narración el funcionamiento del mundo cuando el ser humano es retratado en toda su esencia como superviviente. Y porque dentro hay un espeluznante y certero dibujo del funcionamiento interior de la infancia y la adolescencia.
La leí hace años y la he vuelto a releer ahora. Nada ha cambiado de aquella percepción que me quedó: esta obra es una pequeña joya. Y gracias a ella, me aficioné a un escritor que (varias novelas después, casi todas las he devorado con gozo tremendo) jamás me ha decepcionado.
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