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“JEANNE DIELMAN, 23 QUAI DU COMMERCE, 1080 BRUXELLES” (Bélgica, 1975), de Chantal Akerman


Recientemente escogida como la mejor película de la historia del cine por la revista británica “Sight and Sound” (en la que han participado ¡1600 expertos!). Yo no la conocía y me puse inmediatamente a la búsqueda para verla y eso he hecho este fin de semana. Tragarme sus 202 minutos de metraje.

Entiendo la temática: denuncia las vidas de las amas de casa alienadas, ahogadas por las rutinas y la monotonía. Y lo hace mostrando a una señora, viuda, madre de un hijo, que por las tardes se dedica a la prostitución recibiendo a un hombre en su casa para poder llegar a fin de mes.

La película utiliza los planos largos y generales, repetitivos y logra captar la asfixia vital de una mujer que vive encarcelada en sus propios movimientos monótonos dentro de un apartamento pequeño, de pasillos estrechos. Su vida se mueve entre la cocina, el baño, el salón y su habitación. La angustia se palpa, se trasluce. La mujer es captada como si fuera una rata de laboratorio y se la estuviera examinando minuto a minuto. Hay un momento en el que dentro de los movimientos repetitivos, la señora se equivoca en su rutina y a partir de ahí, de ese trastorno, se hará más palpable aún cómo ha llegado a la perturbación absoluta: el personaje central parece que ha sido “desconectado”.

Bien, todo eso me parece muy bien. La película retrata al personaje en tres días seguidos de su vida. Con el primero yo ya, como espectador, he sido capaz de captar lo que se me quiere contar. ¿Son necesarios, entonces, que se narren los dos días siguientes? ¿Necesita la película los 202 minutos que dura? ¿Qué es esto? ¿Una rallada, una tomadura de pelo, una obra con ínfulas? ¿Qué tiene esta película para que 1600 expertos la consideren como la mejor de la historia del cine? ¿Por qué esos supuestos expertos tienen que decidir qué es lo que nos tiene que admirar y qué no? Es verdad que los listados son una falacia, una chorrada, una nadería y no hay que hacerles caso. Son hasta antojadizos y hasta muy arbitrarios. Pero siempre llaman la atención, por una cosa u otra y algo de poder tienen si aparecen en supuestas áreas de prestigio social. Un poder azaroso y, por supuesto, vacuo si uno lo piensa fríamente. Yo mismo he caído en la tentación de ver esta película al leer los resultados de la encuesta. He caído en la “trampa” de esa lista y me ha llamado la atención una película de la que desconocía hasta su existencia, con todo el cine que llevo visto a lo largo de mi vida. Así que algo de poder manipulativo tienen también los listados. O igual es que yo soy alguien que se deja manipular, puede ser.

El arte es subjetivo y más para quien lo contempla. A mí esta película me gusta hasta cierto punto, pero me cabrea y me saca las ironías y el humor también, a partes iguales. Entiendo su relevancia en cuanto cine que trasciende el arte y sus propios límites y casi se acerca a la vida. Comprendo que la directora Akerman le da más importancia a la experiencia femenina antes que a narrarnos un argumento acostumbrado. Es decir, aquí importa alentar una nueva subjetividad en el espectador que mira la película. De hecho, el personaje protagonista es más importante como tal que como ficción. De ahí que la película acabe siendo un pertinente alegato feminista, pues se muestra a la mujer de una manera en la que no suele ser expuesta: en los gestos cotidianos, en los gestos que nos atrapan en la cárcel de lo corriente en la vida diaria de un ama de casa: pelar patatas, hacer la comida, poner la mesa, peinarse, preparar un café, limpiar los zapatos del hijo, entrar y salir de las habitaciones, tejer un jersey, comerse un plato de sopa; es decir, habitar la costumbre y su práctica, en definitiva. El resultado es un personaje de ficción más complicado que la vida, pues parece trascenderla.

Vale, me vale todo eso y lo aprecio. Pero no necesito 202 minutos, no necesito ver a esta señora pelar tres patatas enteras o comerse un plato de puré cucharada a cucharada en plano único, abotonarse la bata de casa botón a botón o limpiar los zapatos de su hijo dos veces, con exactos movimientos, para percibir lo que se supone que tengo que percibir. Veo ínfulas, en lugar de arte soberbio; veo humos y vanidades a espuertas; veo jactancia y pedantería; y, desde luego, veo, al mismo tiempo, una película valiente, esforzada y ética. Así que en mi opinión final veo sentimientos encontrados y contradictorios y me doy cuenta de que el arte, el arte que importa y que es el que zarandea y revuelve, es esto: ambigüedad, controversia, enigma y discusión.

Desde luego, para mí no es una de las mejores películas que he visto en mi vida; es una buena y curiosa película notable a la que le sobra presunción y vanagloria y la mitad de su larguísimo metraje. Pero no me ha importado verla; al contrario, me lo he pasado pipa despotricando y admirando algunas secuencias.

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