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  • salva-robles

“JOHNNY CASH NO ES PARA NIÑOS”, de Elena Prieto



 

AÑO: 2024

PÁGINAS: 187

GÉNERO: relatos


En este conjunto de relatos (son siete historias) hay dos cosas que los relacionan y unifican a todos: su calidad literaria y su hondura reveladora, pues detrás de los argumentos, de los diálogos y de las escenas que protagonizan los personajes, siempre subyace un algo que yo voy a llamar “inquietud” y que estalla en forma de aristas y que son, ni más ni menos, que la singularidad y la inestabilidad dando golpes a diestro y siniestro:

·       Singularidad porque en mitad de la cotidianidad vemos a los personajes ahogándose en lo paradójico, que es una señal de lo desatinado y absurdo que es el mundo de hoy. A estos hombres y mujeres les explota esa paradoja chocante que acaba dotando a cada relato de una inquietud desasosegante y misteriosa.

·       E inestabilidad porque al final lo que el lector percibe es un retrato generacional que tiene mucho que ver con un ahora en el que lo lúgubre o lo inaudito terminan por embadurnar y asfixiar a los seres humanos que atraviesan las páginas de cada una de las siete historias.

Destaco, también, que la prosa de este libro nos dibuja algo que siempre ha estado en la literatura (ya se sabe que la vida consiste en estar al corriente de que todo ya ha ocurrido antes y los escritores se encargan de corroborarlo) y que es ese odio, esa violencia o esas variadas desgracias que soportamos las personas. Pero Elena Prieto parece que nos grita en cada página que la vida es una totalidad, un conjunto, y no una catarata de espacios aislados. Todos somos odio, violencia y desgracias y todos contribuimos a su existencia porque no solo las sufrimos, sino que también las incitamos.

Hay en la variada gama de personajes de estos relatos un retrato de la ternura (en mitad de las intimidaciones, retos o amenazas que la vida nos depara) que a mí es, quizás, lo que más me ha gustado del libro. La autora logra no enjuiciar a sus criaturas y esto las convierte en espejos de todos nosotros y los lectores, identificados a más no poder, sentimos ese afecto o simpatía por personajes que, en principio, nos tendrían que caer mal. Elena Prieto los desnuda de tal manera (con cuatro trazos y una prosa directa y limpia) que no nos queda otra que comprenderlos porque resulta que empatizamos y nos vemos en ellos.

Y luego está la consternación como motor central de los relatos. Las criaturas humanas que parecen normales (y lo son en la medida que todos intentamos serlo) fluctúan todo el rato entre la ansiedad y las zozobras, que son dos emociones que tienen más que ver con lo que tenemos en nuestras cabezas que con lo que sucede en realidad. Y, claro, de esta manera, los personajes de los relatos viven todo el rato como en una especie de alarma y comezón que el lector percibe como tensión, intriga y una incertidumbre que parece siempre estar en suspenso. No hay thriller, pero sí mucho embrollo y caos en mitad de la vida cotidiana (algo que se parece mucho al thriller, en este caso, psicológico).

En definitiva, un libro de relatos que contiene siete historias en las que vas a notar que, igual que te pasa a ti tantas y tantas veces, todos vivimos en esa huida de la experiencia presente porque imaginamos fantasías anticipatorias. Y, claro, así nos va y así nos pasa lo que nos pasa. Pero es que, además, Elena Prieto logra que nos percatemos de todo eso con una locuacidad narrativa que tiene mucho de oralidad (qué bien construye los diálogos esta autora) y de fraseo minucioso y esmerado. Sus historias son directas, prolijas en calados que nos conciernen y que nos proporcionan (qué gran regalo cuando esto sucede en la literatura) un enfoque particular y diferente del mundo que protagonizamos.

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