Tomemos esta película (que su final hiperrealista corrobora) como una fábula. Una fábula sobre la conciencia contemporánea, del hombre en el hoy, ese ser humano que vive (en la mayoría de los casos de forma inconsciente) una crisis producida por desengaños variados y que lo lleva al desaliento. Esta película tiene a un protagonista camino de la muerte: él es consciente de eso porque es lo que ha decidido. Su tristeza (causada por algunas circunstancias personales que no diremos para no hacer spoilers) lo ha situado en un punto en el que no hay vuelta atrás. Pero el guion juega con el espectador (para bien y para mal), y lo que podría parecer una tragedia, se queda en melodrama con aromas esperanzadores, si no para el protagonista, sí para los demás personajes que el protagonista se encarga de restablecer con su humanismo a espuertas. Porque esta película imperfecta tiene algo muy bueno dentro de ella: siente compasión por el ser humano que anda tan perdido en la contemporaneidad y nos regala unas buenas dosis de desgarros conmovedores (que muchos tildarán de sensiblería y sentimentalismo manipulador) y de retratos individuales que destilan tristezas comprensibles.
Pero la película tiene unos vicios que la convierten en una obra defectuosa y que chirría en muchos tramos: su teatralidad (no en vano es una adaptación de una obra escrita para el teatro) es el principal hándicap, pues los diálogos, fuente principal del desarrollo de la trama, parecen en muchas ocasiones demasiado artificiales y dan la impresión de no ser convincentes, lo que resta credibilidad porque parecen lecciones tramposas por lo que tienen de manipulación. Y aquí dentro de esta obra hay mucha estratagema, mucha trampa en este sentido. El resultado es la discordancia narrativa, que crea un sinsabor constante aunque uno como espectador comprenda las emociones de los personajes y hasta alguna le salpique y remueva.
La película puede disfrutarse pese a lo dicho. Y esto se debe a un grupo de actores maravilloso. Todos están muy bien, todos ofrecen intensidad, mucha mirada y bucean en la verdad de lo que representan con empeño y hondura. Esta película es una obra para lucimiento de actores y ellos lo saben y se entregan. Es como ver encima de un escenario a una compañía teatral deslumbrante, entregada a un oficio maravilloso que regala interpretaciones inolvidables. Y a la cabeza de todos un maravilloso Brendan Fraser que, aunque el asombroso maquillaje y los exquisitos efectos digitales ocultan su verdadera esencia, se encarga (con sus enormes ojazos) de exteriorizarnos ese mundo interior tan dramáticamente humano que su personaje atesora dentro en busca de la redención.
Parece que el director Darren Aronofsky bucea en una nueva manera de hacer cine, quizá menos provocadora, aunque no abandone temas que ya le hemos visto. El resultado es una película simplemente correcta, viciada por ciertas manipulaciones del guion y por una teatralidad que no abandona nunca, y que nos deja para el recuerdo un trabajo actoral extraordinario, de esos que deberían acaparar premios importantes.
Fantástica. A Lola y a mi nos encantó. Gracias!!!