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“LA CIUDAD Y SUS MUROS INCIERTOS”, de Haruki Murakami



 

He leído desde siempre con fervor a Murakami. Todos sus libros publicados en España los tengo leídos. Todos. Siempre he defendido a este escritor contra muchos detractores (yo por Murakami, mat…). Siempre. A muchos de esos detractores, cuando argumentan, los comprendo porque Murakami tiene varias cosas (dentro de su mundo narrativo tan particular) que pueden resultar digamos que “excesivas”. Pero a mí esos excesos nunca me molestaron, al contrario: sus mundos oníricos y metafóricos me han producido siempre un placer estético y ficcional alucinante, me llenaban, me hacían sentir cosas internas. Y no digamos sus personajes tan particulares y solitarios, esos seres extraños ahogados en soledad y en universos internos tremendos y donde identidad y sueño y sombras acaban ahogándolos más allá de los fondos del raciocinio. Alguna vez, sí, le he achacado a Murakami que a sus novelas les faltan una buena poda porque muchas de sus páginas son innecesarias, sobre todo porque son repetitivas y redundantes. Lo prolijo, a veces, se convierte en nimiedad. Y Murakami ha pecado de ello en varias ocasiones, incluso de novelas estupendas como “KAFKA EN LA ORILLA” (una de las suyas más alabadas y mejores) siempre he dicho que le sobraban 200 páginas.

Bien, con “LA CIUDAD Y SUS MUROS INCIERTOS” he tocado fondo con Murakami. Me ha agotado como lector entregado hasta ahora. He sentido una especie de rechazo leyéndolo y eso que la novela tiene una trama (como siempre, por otra parte, en Murakami) repleta de extrañezas que, a priori, a mí no me disgustaban.

¿Por qué me ha sucedido esto? Voy a intentar explicarlo:


·       A la primera parte de la novela (167 páginas) le sobran 100. Hay frases, párrafos y situaciones que se describen cientos de veces. Con una bastaba, señor Murakami. Creo que no soy un lector idiota y con una vez ya me entero.  No, no sabe podar sus textos Murakami. Se lo he perdonado otras veces, pero esta vez no (por este motivo, estuve a punto, varias veces, de dejar la lectura, exasperado, irritado, aburrido). Y, además, no sé qué me está contando, percibo que la metáfora y lo simbólico, y que tiene que ver con nuestra conciencia (qué chulo parecía esto, oigan), no casan bien y logra Murakami que me pierda en un laberinto mental que, esta vez, NO me llena y me desespera estar tan perdido.

·       Luego llega la segunda parte (más extensa) y todo mejora, porque la trama se extiende y empiezan a suceder, por fin, cosas en la vida del protagonista (que es un pedazo de personaje, otro más en la trayectoria narrativa murakamiana) y aparecen personajes secundarios interesantísimos y muy logrados; y yo empiezo a sentir que sí, que ahora sí voy a entender cosas. Además, todo sucede dentro de una biblioteca (muy particular, extraño espacio onírico, precioso ambiente y atmósfera conseguidísima) y, claro, a mí las bibliotecas me han fascinado siempre. Y todo lo simbólico parece que tiene un significado y el lector que soy empieza a creérselo (toda buena ficción, por muy de ciencia ficción que sea, deber tener unos principios de credibilidad dentro de su propia idiosincrasia, ¿no?). Quizá, por ejemplo, ya voy a saber qué diantres ha pasado con la novia adolescente del prota. Pero no, qué va. Todo se enreda más. Y lo peor, llega la tercera parte, se precipita el final y NADA se explica. A ver, que no soy de los que exige que se lo den todo comidito y bien explicadito y de los que pide que todo quede bien cerradito y tal. No, de verdad que no soy de esos. Adoro los finales abiertos. Pero, por favor, con una lógica esos finales abiertos. Y en esta novela no logro ver el raciocinio o el entendimiento por ningún lado.


¿Qué sucede? ¿O qué me sucede a mí con esta última novela de Murakami? Que me ha hecho sentir lo mismo que sentí (pongo un ejemplo creo que perfecto) con la serie “LOST (PERDIDOS)”: la vi, temporada a temporada, fascinado. Una serie que abre muchas incógnitas, que abre muchos frentes, muchos enigmas, muchos entresijos y variadas tramas (a cuál más inquietante y alucinante). Y los guionistas se metieron en tales berenjenales que NUNCA supieron resolverlos o justificarlos y se INVENTARON ese final horroroso, del todo inane y, sobre todo, absolutamente INSUFICIENTE y hasta, yo creo, que irrisorio, porque nos trató a los espectadores como imbéciles. Pues eso es “LA CIUDAD Y SUS MUROS INCIERTOS”: una ida de olla alucinante que se queda sin justificación narrativa. Y, claro, me siento estafado como lector. Y esto nunca me había sucedido con Murakami. Jamás en ningún libro suyo anterior. Y si a eso añadimos que de las 560 páginas sobran 300, apaga y vámonos. No abomino de los tochos, pero espero de los tochos que me llenen de regocijo (“LECCIONES”, de Ian McEwan; “LA ESTRELLA DE LA MAÑANA”, de Karl Ove Knausgård, por ejemplo, son tochos con los que he alucinado últimamente).      

No sé si esto significa que voy a dejar de leer a Murakami. Seguramente, no. Porque es un autor con el que he disfrutado mucho, muchísimo. Pero, por ahora, voy a descansar de su corpus narrativo. Si publica algo en los próximos años, yo no lo voy a leer y quizá espere a mi jubilación para hacerlo. Murakami me ha agotado como lector. Porque creo que él mismo ha agotado su corpus narrativo. El propio autor, en el Epílogo de esta novela, parece que ha querido justificarse algo, o así lo interpreto yo, como una justificación. Y escribe esto: “Borges dijo que todo escritor escribe fundamentalmente sobre lo mismo a lo largo de su vida, y yo añado que lo hace con todos los medios a su alcance para insuflarle nuevas y diferentes formas y apariencias a ese repertorio limitado de motivos de que dispone”. Antes de afirmar eso, ha justificado también que esta novela tiene como punto de arranque un relato homónimo que publicó en una revista literaria en 1980 y del cual él nunca quedó satisfecho y por eso nunca lo había publicado en un libro y luego se sigue justificando más, pero no lo cuento por aquí, quien quiera saber que vaya al libro y lo lea.

He sentido un poco de rabia (que no pasa nada, ya me la he gestionado estas vacaciones leyendo otros libros que me han llenado por completo) por tener que afirmar esto. No sé, tengo la sensación (espero que pasajera) de que se me ha caído un mito. O quizá exagero (a veces, tiendo a lo exagerado con mi vehemencia mitómana): igual es que ese corpus narrativo lo considero ya agotado y a Murakami ya se le pasó su mejor momento como autor. Esto les ha pasado a todos los grandes, ¿no? Pues eso.

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