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  • salva-robles

“LA ESTRELLA DE LA MAÑANA”, de Karl Ove Knausgård



AÑO: 2021

PÁGINAS: 781

GÉNERO: novela


Esta novela hechicera, nigromante, distópica, polivalente, caleidoscópica, arriesgadísima, megahiperreflexiva, ensayística, adictiva, híbrida, apocalíptica, enigmática, stephenkingneana, y muy ambiciosa es desde ya uno de los grandes libros de mi vida lectora. Qué noveloncio, oigan. De principio a fin.


Todo gira en torno a una nueva estrella resplandeciente que aparece de pronto en los cielos de Noruega y que los habitantes del país reciben con admiración, estupor y también mucho espanto y temor. Pero esa estrella (que comenzará a provocar -o quizá no- una serie de pequeños-grandes cambios casi imperceptibles para muchos o inauditos para casi todos) no parece lo importante (es una trampa -o un leitmotiv o una metáfora o un milagro- bien urdida, mejor resuelta y siempre muy inquietante), porque mientras ella luce en el cielo, lo que la novela se dedica a narrar es la cotidianidad más elemental que algunos de los habitantes (protagonista colectivo) soportan en sus quehaceres diarios. Y, de esta manera, la novela de Knausgård desnuda las preocupaciones propias de cualquier ser humano: los subterráneos del mundo de la pareja, las familias modernas (que tan precisas son como organismo social), la infancia como escuela en la que se constituye nuestro carácter psicológico, el miedo a la muerte, la extrañeza de la vida rutinaria, los sueños o los anhelos incumplidos que nos convierten en seres frustrados en un hoy esencializado por nuestras emociones y sentimientos (muchas veces oscuros, silenciados por nuestros miedos o apatías y egoísmos). Uno va pasando las páginas sintiendo que la novela de Knausgård se adhiere a la piel de los personajes y los hace respirar y andar y sentir a base de toneladas de pensamientos (sin ser nunca una novela introspectiva en cuanto a estilo narrativo, pero sí en sentido anímico, moral y espiritual). Qué manera tiene este autor de aprehender o capturar la vida en sus pormenores/particularidades, que son siempre las circunstancias más significativas y precisas. Y detrás de todo ello, se percibe un esplendente ejercicio narrativo sobre lo que nos sucede en nuestros interiores y también en nuestros alrededores habituales, en nuestras rutinas y menudencias. Se observa, de esta manera, a un escritor que saca (de su experiencia íntima y particular) cataduras relevantes y universales con una hondura y una brillantez espectaculares. Ha parido, de hecho, una novela-puñetazo, de las que dejan poso en un lector entregado, asustado, sorprendido y que acaba abatido e incomodado en sus más íntimas profundidades. Es una obra, insisto, incómoda e iluminada por una recóndita curiosidad moral, mística y hasta terrorífica en su inteligencia argumental, que trata (sobre todo) de los barrancos del alma humana y de sus miedos y misterios más ancestrales. Y la muerte rondándolo todo, claro (es el gran misterio sin resolver del hombre). Y, por si todo lo anterior fuera poco, Knausgård reviste el argumento bajo el tapiz de una (ligera sólo en apariencia) distopía alucinatoria y hasta fantasmagórica. Sin caer nunca en una ciencia ficción descacharrante, absurda o irracional.


Qué personajes tiene esta novela. Los amas y los odias, pero siempre los entiendes, tales son su humanidad, su verdad y sus sensibilidades. Nos regalan momentos-espejo aterradores, momentos conmovedores (por ejemplo: los dos personajes en el tren que luego asisten a un entierro, ufffffff), momentos inquietantes, momentos tan banales como habituales en nuestros día a día. Algunos aparecen una sola vez, otros (pocos) aparecen una segunda y hasta una tercera vez. Pero todos se quedan pegados en nuestras retinas, no nos abandonan ni incluso cuando la novela se centra en otro personaje o cerramos el libro. Son todos producto de experiencias vividas, evocan radiografías de nuestros interiores y son criaturas triviales y, por ello, aún nos resultan más cercanas y reconocibles. Son seres humanos de carne y hueso que asoman entre las páginas desnudados a través de un somero análisis de la vida privada de cada uno de ellos. Knausgård es un habilidoso cronista de la vida moderna (la íntima y la externa). Vemos a los personajes imbuidos en lo más pedestre y trivial de la vida (por eso los contemplamos de vacaciones, cepillándose los dientes, haciendo pis o matando insectos molestos; también preparando el desayuno, fumando un cigarrillo o tomándose una cerveza y que llegan cansados a casa tras una dura jornada de trabajo o con problemas de salud). Son personas encrespadas, irritables o susceptibles. Todo a través de un realismo directo, limpio y sin retoricismos líricos: seres humanos en toda su esencia. Y mientras deambulan durante dos días por sus cotidianidades, la novela muestra también sus ideas sobre el libre albedrío, la fe, la muerte, el camino de las almas o sobre la nada de algunos filósofos. Es nuestra condición de mortales lo que, finalmente, agarrota más a todos los personajes.


La prosa de Knausgård es diáfana, de frase corta casi todo el rato, directa y sin ínfulas que entorpezcan lo que se lee. Esas ínfulas (en el buen sentido, porque esto es, finalmente, una novela que se hace preguntas sobre el futuro de nuestra civilización) aparecen por el lado de los significados perseguidos detrás de la llaneza y la transparencia lingüísticas. Uno entra en el libro y se sorprende de la rapidez con la que se ha quedado enganchado y eso que los capítulos (largos casi siempre) narrados en primera persona por un personaje diferente cada vez (son nueve en total los que toman la palabra) van contando historias independientes (que se cruzan sólo alguna que otra vez, pero muy poco). Y, sin embargo, esta aparente disonancia tiene un hilo vertebrador muy sutil y es lo que al parecer está provocando la presencia de esa nueva estrella. Y entonces, sumando los capítulos independientes, tenemos como resultado una atmósfera amenazadora que crece y crece a medida que pasamos las páginas. Una atmósfera muy de thriller y esa prosa sencilla se va llenando de situaciones raras, en algunos casos espeluznantes y hasta terroríficas. Uno se acuerda de Stephen King todo el rato, aunque al autor norteamericano le falta esa profundidad filosófica que en Knausgård aquí es torrencial. Una filosofía que, además, se hace preguntas sin encontrar respuestas mientras los personajes se debaten en sus imperecederas crisis existenciales, personajes (no lo he dicho todavía) muy bergmanianos (y esto me encanta aún más todavía).


Hay que leerse este noveloncio. Es una obra destinada a perdurar. Y nos regala una suerte de experiencia literaria total. De verdad de la buena os lo digo.

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