La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: ¿Cuál es tu tormento?
SIMONE WEIL
Desde el minuto uno hasta el minuto ciento seis de esta película (es decir, toda su duración), en la pantalla brota persistentemente una actitud o una condición firme que la llamaré SERENIDAD (así en mayúsculas). Hay en cada diálogo, en cada escena, en cada mirada, en cada plano o en cada circunstancia que sucede en La habitación de al lado una apología de la entereza, de la placidez y, sobre todo, de la moderación estilística como empeño principal por parte del Almodóvar más contenido que yo conozco y que me he topado nunca. Da igual (o quizá por esto mismo) que detrás se estén tratando temas graves, trágicos incluso. La cuestión no está en exponer solo esa tragedia, sino que el director manchego nos susurra (y nos arrulla todo el tiempo) para revelar el reverso de lo que se sugiere o sucede. Para muestra de lo que digo está cómo se toman la muerte los dos personajes protagonistas: se debe hablar de dignidad y de un sosiego sanísimo en el asentimiento de algo irreversible y definitivo. Y esta es la magia de La habitación de al lado, la película más madura y más desnuda (no se perciben los tics almodovarianos por ninguna parte, más allá de los colores de esa fotografía tan definida que aparece siempre en todo su cine) de Pedro Almodóvar, que aquí alcanza una belleza inconmensurable que rebosa calidez y ternura a borbotones. Gracias a esa contención, la película jamás cae en el fraude o en la trampa del sentimentalismo que adultera y vicia el mensaje. Y acaba siendo una reflexión hermosísima sobre la aceptación de la muerte y nuestro derecho a decidir. Un tema morrocotudo y, sí, también polémico y complicado.
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“Creo que debes hacer lo que te apetezca”,
le dice Ingrid a Martha
En un mundo a la deriva como el de hoy, de pronto nace esta película de expresividad afectuosa que NOS GRITA ALGO QUE YO TENÍA MUCHAS GANAS DE ESCUCHAR y que percibo tan NECESARIO: empaticemos, aprendamos a oír al prójimo, buceemos en la ternura de la camaradería. Así, el personaje de Julianne Moore (Ingrid) me ha emocionado hasta el tuétano. La mujer que personifica la actriz es insignia del poderío de la conversación y la mirada, algo que hemos perdido y que necesitamos recuperar para intentar, al menos, la salvación. No hay otro camino más que el de la empatía como habilidad de comunicación esencial para rescatarnos. Ingrid sabe vivenciar los sentimientos y pensamientos de su amiga, reaccionando adecuadamente y por eso estallan (en cada gesto y palabra suyos) la solidaridad, la protección y el respaldo que necesita Martha ante la decisión personal que ha tomado. Almodóvar ha comprendido, y nos lo muestra, qué importante es saber escuchar.
Así, La habitación de al lado es una película predominantemente hablada, aunque sortea, con fina elegancia, la teatralidad que podría deducirse de una obra de esta condición. Las escenas se llenan de planos/contraplanos de los rostros de las dos amigas, de gestos y miradas tan sutiles como clarificadores sobre emociones y estados del alma de dos seres que rebosan amor (de sana amistad) hacia el otro, mientras percibimos también un bagaje vivencial que las armoniza y compenetra. Sus conversaciones sobre miedos, aprensiones, literatura, cine, la vida, su pasado y experiencias personales envuelven la película con un aura como mítica y que sirven para descubrirnos a ese Almodóvar maduro de sus últimas obras, un artista en plenitud de facultades y que ya mira la existencia desde otros focos y con una capacidad reflexiva que penetra en territorios complejos con delicadeza y singularidad. También me he encontrado en La habitación de al lado a un director que parece decirnos que su última obra es un punto y aparte, aunque esto ya se lo veníamos notando tanto en Julieta como en Dolor y gloria, que podrían ser como dos ensayos para llegar a este remate tan hermoso y delicado.
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La película adapta la novela de Sigrid Nunez titulada Cuál es tu tormento. El Almodóvar guionista ha sabido extraer la esencia de la obra narrativa y la ha adaptado a su particular modo de ver el mundo. Pero no olvida nunca el material del que parte, aunque, lógicamente, era difícil llevar al cine una novela tan compleja en estructura y estilo. El director ha optado por ir al meollo, a la trama de las dos amigas y la enfermedad de una de ellas (obviamente, esa solidaridad femenina de la novela es algo que ya hemos visto en el cine del manchego y por eso este debió sentirse atraído por la novela); sin embargo, no se ha olvidado de plasmar algo que es fundamental en el libro: Sigrid Nunez es una escritora que, pese a describir un mundo deteriorado y casi a punto de la desintegración, jamás cae en la desesperanza. Y la película de Almodóvar es luminosa y está llena de una certidumbre ilusionante y consoladora, como la hermosa novela de la que parte. También creo que el director vio en la novela ese mundo tan cercano al suyo: el de personajes sibaritas, cultos, exquisitos en gustos y de elegancias varias en cuanto a complacencias vitales. De ahí que veamos a las dos amigas pasear por una librería, contemplando clásicos del cine, viviendo en distinguidos domicilios o teniendo conversaciones pedantes (en el mejor de los sentidos) sobre pintores o escritores de relevancia universal.
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Qué dos actrices tiene La habitación de al lado. Qué dos monstruos de la pantalla son aquí dentro. Sus voces, sus gestos, sus miradas (cómo miran estas señoras, cómo miran) construyen un milagro asombroso y conmovedor. Ambas, compenetradas como pocas veces se ve en el cine (aunque estos milagros han sucedido ya algunas otras gloriosas veces y con ambas por separado en otras películas), nos regalan finura, delicadeza, elegancia y una humanidad que respira (y rebosa) autenticidad. Da gusto escudriñarlas en esta película. Emocionan cada una a su modo pues tienen técnicas diferentes y Almodóvar ha sabido ensamblarlas con mimo y agudeza (sabe que tiene dos talentos al lado y les ha sacado partido máximo). Y ambas han sido generosas la una con la otra, ambas han entendido que la película funcionaría sólo si ellas trabajaban al alimón. Y lo han conseguido: nos entregan dos interpretaciones ya inolvidables.
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Lo he dicho ya tantas veces, que parece que le quito mérito por repetirlo. La banda sonora que ha compuesto Alberto Iglesias para La habitación de al lado no es que sea sublime como tantas otras suyas. Es que aquí nos topamos con lo excelso. Y me quedo corto con este halago.
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La habitación de al lado es la película más limpia de Almodóvar. También la más sutil, la más tierna y la más reconcentrada y reflexiva. Emocionan tanto lo que hacen sus significados en nuestra psique, que permanecen en nuestra conciencia y nos obligan a posicionarnos sin que las imágenes hayan pretendido engañarnos. Estas muestran, no manipulan. Y hasta pretenden que te replantees tus actitudes vitales o tus opiniones sobre temas espinosos. Almodóvar nos ha regalado una película comprometida que da voces. Otra cosa será que nosotros queramos escucharlas. Falta nos hace, desde luego.
"Cae la nieve, cae en el cementerio solitario,
cae débilmente en el universo y,
cual final inevitable, cae sobre
todos los vivos y los muertos".
Los muertos, de John Huston
Esta reseña la guardaré como oro en paño, amigo!!! Es una maravilla!!!