Páginas: 216
Año: 2015
Género: novela
El realismo directo, seco y sin adornos narrativos de Ian McEwan lo convierte en uno de los escritores actuales más potentes. Me gustan sus historias, pero más me gustan los personajes que las habitan. Con sus novelas me pasa siempre algo curioso: entro en ellas sabiendo que cuando las cierre (una vez acabadas) yo me voy a sentir mejor con el mundo que me rodea porque me ayudan a comprenderlo y hasta me convencen para que deje de juzgar a los demás de la forma en la que yo (in)conscientemente lo hago. Es un escritor que sabe bucear con inteligencia en la psique humana y también sabe pintar (percibo maestría en sus retratos) con palabras a hombres y mujeres reales, es decir, imperfectos, contradictorios, paradójicos, absurdos…, en definitiva: profundamente humanos.
En “LA LEY DEL MENOR” hay varios de estos personajes, pero, claro, los dos centrales se llevan la palma: la jueza del Tribunal Superior Fiona Maye y el adolescente (tan maduro para su edad, que asusta), Adam Henry. Y se completa el dueto magnífico con Jack, el marido de la jueza.
Estamos ante una de esas novelas en las que uno como lector se siente tratado con inteligencia. Es más: uno debe hacer un esfuerzo adicional (no por dificultades estilísticas) para reflexionar, a la misma vez que lee, sobre lo que sucede al ir leyendo. Lo que sucede en dos planos: en el plano narrativo y en el plano personal (porque la historia te salpica por todas partes). Los personajes que protagonizan la novela están captados en un momento de crisis o trascendental de sus vidas y, por ello, Ian McEwan nos hace navegar por trances morales peliagudos, siempre polémicos en la sociedad y de los que todos somos responsables, aunque en la mayor parte de los casos nos lavemos las manos y dejemos el “cotarro” en los que supuestamente deben decidir. ¡Qué difícil ser imparcial, ecuánime y neutral en según qué circunstancias!
La justicia, la fe, la responsabilidad, pero también el miedo a la vejez, el dolor por el amor, la traición, la culpa o la búsqueda de un sentido a lo que nos ocurre son temas que están en una novela de tono clásico (qué bien suena este adjetivo a veces), depurada, ágil e intensamente intuitiva y perspicaz. La escritura de McEwan sigue manteniéndose arriba, en la cúspide de un autor que está en plenas facultades artísticas.
Ahora, lo peor de todo es que yo me quedo con las ganas (inmensas) de ponerme a hablar y a opinar y a discutir sobre esos temas que aparecen en “LA LEY DEL MENOR”. Lo haría con sumo gusto en una tertulia de un club de lectura, por ejemplo, donde esta novela fuera la protagonista. Pero me la he leído como siempre: en casa, a solas. ¿Y qué hago yo con este apetito, con esta necesidad, de no callarme y ponerme a conversar? Nada. Empezar el siguiente libro. Qué le vamos a hacer.
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