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LA LITERATURA DE MARIE-HÉLÈNE LAFON en cuatro novelas


A comienzos de mis vacaciones me leí 4 novelas seguidas de esta escritora francesa y las leí según el orden de publicación o cronológicamente:

 

“LOS PAÍSES” (2012), 143 páginas.

“NUESTRAS VIDAS” (2017), 125 páginas.

“HISTORIA DEL HIJO” (2020), 122 páginas.

“LAS FUENTES” (2023), 93 páginas.

 

Lo primero que percibí (y que está en todos y cada uno de esos cuatro libros) es que esta autora utiliza una escritura en la que me avasalla (muy positivamente) su honestidad temática y narrativa. Hay una sencillez expositiva con un calado que me deja una subterránea y hondísima huella al cerrar los libros. Los leo suspirando, los cierro tras leerlos suspirando. Los pienso y suspiro. Y suspirar esta literatura quiere decir (en mi caso concreto, claro está) que me suscita reflexiones propias, que conecta con mi interior y con mis vicisitudes y que me dejan un poso de placidez mayúsculos.

Hay en la narrativa de Lafon una forma de aprehender lo indescifrable y tenue que nos exterioriza lo cotidiano. Los gestos o los sentimientos de los personajes, los olores que perciben, los recuerdos que atesoran, las personas que los acompañaron y que ya no están, los silencios que hablan tanto sin decir nada…todo en su conjunto va tejiendo algo así como una red orgánica que habla de soledades humanas, del tiempo acontecido que se propaga en las huellas imperceptibles que tanto nos condicionan, de nuestro presente confinado en la genética heredada. Toda esa temática cobra aún más fuerza por la manera en la que un narrador en tercera persona relata los hechos: estos aparecen remarcados en estilo indirecto que dotan de una supuesta (y disfrazada) imparcialidad a todo el discurso narrativo y, claro, inciden más en la inmersión del lector que asiste inmiscuido y, al mismo tiempo, distanciado por las emociones y circunstancias de otros que le atañen porque las comprende o las ha vivido parecidas. Es decir, el narrador no toma partido, no entrega enseñanzas morales al lector, pero este las percibe al racionalizarlas e imaginarlas en los personajes y, por ende, en sí mismo. Y esto que comento y que parece un galimatías brota en las páginas con una prosa sencilla, tan transparente como higienizada. Una prosa que acaba siendo (y esto nunca debería sonar a negativo, sino a todo lo contrario) conmovedora, apasionante por cuanto atesora en sus sutilezas variadas.

Me atrae de estos cuatro libros su delicadeza atmosférica, su ritmo templado, su lirismo bellísimo y el espléndido dibujo que nos regala de la naturaleza humana. Hay en la literatura de Lafon una verdad universal que se describe con un virtuosismo en el que prima la viveza de un lenguaje cuya musicalidad subyuga por su franqueza cristalina. Y me atrae también de esta autora la ligereza (aparente) de sus propuestas: no necesita superar las 150 páginas. No necesita revestir de naderías los párrafos. No necesita alargar ni los sentimientos ni las historias de sus personajes. Va al grano y el grano está revestido de honduras milagrosas en cuanto a destripar los misterios de la vida que no son sino misterios insondables que nos atañen a todos. Sus personajes viven y mueren, no hay más. Lafon no necesita describir las quejas humanas: ella retrata la esencia y desde esa esencia el mundo y su funcionamiento quedan sencilla y llanamente retratados en la mirada (hermosa) que su autora les pone.

Para mí esta autora ha supuesto todo un magnífico descubrimiento. La seguiré leyendo con muchas ganas de continuar sintiendo lo mismo y buscando esos suspiros profundos y elocuentes que me provoca leerla.

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