TACTO.
Es el sustantivo que me ha venido a la cabeza todo el rato mientras veía esta sensibilísima película estupenda.
TACTO Y DELICADEZA.
Porque aquí dentro hay mucho drama (de esos que duelen por dentro y por fuera, dolores que te marcan una vida entera), pero es un drama revestido de emociones (unas muy bonitas, otras duras porque así es la vida: nunca un camino de rosas). Hay en esta película toneladas de verdad (ese realismo tan nuestro que viene de la picaresca y de Cervantes), de riqueza expositiva basada en pequeñísimos detalles y en chispazos descriptivos que toman en la elipsis su mayor estandarte y logro narrativo: no hace falta contar lo que ya de por sí cualquier espectador sensible y atento sabe desde que conoce lo que le pasa a esta niña de 14 años.
Pilar Palomero da un salto hacia delante tras su magnética “LAS NIÑAS” y nos regala otra pieza de filigrana expositiva en la que parece saberlo todo de la adolescencia. Utiliza su cámara conociendo dónde colocar las certezas visuales y el resultado es una película muy gráfica, muy documental (por lo que tiene de realidad misma) y, al mismo tiempo, muy narrativa (por lo que nos descubre detrás de las tinieblas de un tema central espinoso como resulta ser siempre el de los embarazos adolescentes).
Hay tanta verdad aquí dentro que la película camina recta siempre hacia una narración repleta de complejidad y enjundia. En ella lo mejor es la mixtura de comedia y drama, que le da aún mayor viveza a la verdad retratada. Y, claro, la ternura estalla por todas sus esquinas, ya que la cámara lo capta todo con una templanza y dulzura entrañables (aunque detrás nos cueza el aguijón de las espinas). Nunca, pese a lo que digo, hay tono quejumbroso y llorón. Tampoco percibo nunca lo que hubiera sido un error: usar la imagen como panfleto o moralina. El resultado es una obra transparente donde TACTO Y DELICADEZA caminan de la mano hacia un logro exquisito: crear belleza y sinceridad sin tener que bucear en los tópicos para alcanzarlas.
Y qué grupo de actrices, con esa niña portentosa (y a la cabeza de una película coral) llamada Carla Quílez. Da gusto mirarlas y escucharlas: no sólo explota y vuela la autenticidad, sino que la chispa y la gracia surge de momentos en los que se les escapa la espontaneidad, con lo que el realismo se cuela también en unas miradas y en unas voces que nos acaban regalando un genuino trozo de vida.
CALIFICACIÓN: 9
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