Es una de mis películas favoritas del año pasado. Hay dentro de ella todo lo que me gusta que esté para que una historia me conmueva, remueva o me enseñe a conocerme mejor y la disfrute mientras la contemplo y luego se quede en mis recuerdos cinéfilos. Sé que esta película la voy a ver muchas veces los próximos años.
Me gusta todo de ella. Quizá lo que más me ha hecho disfrutarla sea su sencillez expositiva y eso que toca muchos temas. Esa simplicidad, repleta de candor y hasta de ingenuidad en la creación de su magnético y magnífico personaje principal, ha logrado que vea la película con una permanente sonrisa de satisfacción. La cámara en ningún momento juzga y esto también aporta más profundidad y calado a todo lo que hurga porque nunca aparece la manipulación o la subjetividad reconducida hacia un único objetivo. Es el espectador, entonces, quien crea en su cabeza su propio juicio o interpretación y aquí entran nuestras mochilas psicológicas y cada uno habrá visto “su” película.
Esta apuesta narrativa es una oda maravillosa a nuestro derecho a equivocarnos y a no vivir según los cánones o lo que los demás esperan de nosotros. Es una oda luminosa sobre nuestro derecho a titubear o fluctuar en cada momento y en cada etapa vital. Es una oda al borrado del dramatismo en nuestras cotidianidades, a la persecución de la calma mientras dejamos que sea la vida quien nos espere mientras nosotros tomamos indecisiones en mitad de la incertidumbre.
La película juega estupendamente con los tonos. De lo cómico a lo emocional en una misma escena y así muchas veces. Nunca apuesta por un dramatismo que hubiera empantanado todo en el cliché y en lo superficial quizás. Aquí el director muestra mucha habilidad y logra entretenimiento puro y gozoso sin perder nunca propulsión narrativa. Hay minuciosidad y cuidado en el retrato de su personaje central, que es, realmente, un personajazo, una cumbre inventiva de calado y radiografía sobre el cómo somos realmente cuando nos quitamos las capas convencionales o los disfraces que nos ayudan (y engañan) en esto de la supervivencia.
Es una película-encanto. Está llena de momentos preciosos, divertidos, de momentos de moralidad dudosa y hasta dichosa, de momentos en los que lo normal es también enigma y en la que es imposible no empatizar con todo lo que ocurre dentro y fuera de la cabeza de su personaje principal. Todo en ella es fluidez y hasta reinvención de la comedia romántica.
Pero la película no tendría magia ni ese encantamiento si no estuviera dentro la actriz que da vida y le pone gesto y movimiento a la protagonista. Qué maravillosa está Renate Reinsve, un rostro y una mujer que sabe poner radiografía al desastre existencial en el que nos enfangamos todos muchas y variadas veces durante nuestra travesía vital.
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