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  • salva-robles

"LA PIEDRA DE TOQUE", de Edith Wharton


AÑO: 1900

PÁGINAS: 141

GÉNERO: novela


Publicada en 1900, “LA PIEDRA DE TOQUE” es una impresionante obra primeriza. Con ella, madame Wharton arranca con fuerza en el panorama narrativo. Es alucinante que esto sea una novela de una principiante porque dentro de ella hay mucha sabiduría narrativa y un control absoluto de la estructura, de la economía de recursos para describir las situaciones y del sabio retrato psicológico que hace de todos sus personajes. Wharton es una maestra de la novela corta y aquí hay un perfecto ejemplo de ello.

La inteligencia de Wharton se demuestra, además, en cómo con pocos recursos logra ahondar en una serie de temas que, al mismo tiempo, consiguen un retrato humano de una sociedad muy concreta: la de los nuevos ricos del Nueva York de la época que le tocó vivir. Esos temas aparecen como subtramas del retrato principal que se hace de su espléndido protagonista (Stephen Glennard) y son la culpa y el remordimiento, la incomunicación o las circunstancias vitales que ponen en juego nuestra correcta manera de proceder. Todos y cada uno de ellos envuelven al tema central: el precio que se paga vendiendo tu alma (tu ética en este caso) por ascender socialmente. Y otro tema, que parece menos importante y que la novela deja que vaya rozando, sin apenas esbozarse, a los otros temas: el derecho a nuestra privacidad.

El protagonista quiere algo y para lograrlo debe vender algo que, en realidad, no le pertenece del todo pues fue compartido en la intimidad de su pasado. Y lo vende aprovechándose de una circunstancia: la persona autora de lo que vende está muerta y no puede reprocharle nada por hacerlo. Ahí está el arranque de la delicadísima trama narrativa. A partir de ese momento, el protagonista empieza a sufrir por algo con lo que no contaba: el remordimiento vestido de vergüenza. Entonces empieza el verdadero juego en el que Wharton se muestra como una delicada maestra orfebre: la descripción psicológica de nuestros comportamientos más internos. El protagonista aparecerá diseccionado como si se le estuviera haciendo una autopsia milimétrica. Y la novela conmina a los lectores para que piensen en una dicotomía que hoy está todavía de permanente actualidad: qué derecho tenemos a saber sobre lo que otros contaron en su intimidad. Aunque eso lo contara alguien famoso e importante.

Al mismo tiempo que vemos al protagonista hundirse en sus recovecos interiores, la autora nos hace otro regalo (que se desliza por la novela con suma sutileza) en el tratamiento del personaje secundario de la esposa de Glennard, Alexa Trent: una mujer aparentemente a la sombra de su marido y que acaba teniendo un peso argumental cada vez más importante a medida que avanza la novela. Qué escena final (último capítulo) protagonizan ambos personajes: la emoción y la contención estallan en ellos y en nosotros los lectores. Hay tanta delicadeza en cada palabra escogida, que Wharton nos obsequia con un final prodigioso. Qué importante es la comunicación entre los seres humanos y qué poco crédito le damos a esto. Es esta escritora una maestra en los trazados de la fragilidad.

Cada vez que leo a Edith Wharton quedo más enamorado de su literatura, que es prosa depurada y elegante y en la que el ser humano queda radiografiado hasta extremos y detalles delicadísimos y verdaderos.





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