“LA SUSTANCIA” (Reino Unido, 2024), de Coralie Fargeat
Vamos al grano: una de las grandes películas del año y una de las más bestias visualmente (y, por ello, también hermosas) que yo he visto en mucho tiempo. Cuidado: esto no es para todo tipo de estómagos, tampoco para espectadores prejuiciosos o que se asustan por ver deformidades, sangre o visceralidad temática, sobre todo esto último. Porque aquí se habla metafóricamente (metáforas a lo bestia, sin cortapisas, al grano y para tocar la fibra sensible de nuestras retinas y nuestros interiores en plan psicología a lo radical) de nuestra obsesión más actual: lograr la belleza perfecta.
Copio de Filmaffinity la sinopsis: “Tú, pero mejor en todos los sentidos”. Esa es la promesa, un producto revolucionario basado en la división celular, que crea un alter ego más joven, más bello, más perfecto. Pero, en realidad, la película es una crítica directa, visceral y tan radical como hermosa (hay mucha belleza dentro del horror en esta película) a la cultura de la imagen física y que se ceba muchísimo más contra el género femenino (para muestra tenemos a muchas actrices bellísimas hace años y que, o bien obligadas por el sistema hollywoodiense si quieren seguir trabajando en el cine u obsesionadas ellas mismas por no perder el lustre físico del pasado, hoy se han convertido, tras múltiples operaciones de estética, en patéticas e irreconocibles versiones -supuestamente- de sí mismas).
La película nace para provocar. Pero, cuidado, es una provocación aparente: el mensaje está muy claro y la crítica es poderosa y muy pertinente. Es feroz ese ataque. Es una obra que no va a dejar indiferente a ningún espectador. Yo la he visto anonadado y entregadísimo a un envoltorio visual de los de aúpa y de los que crean admiración y escuela: esta obra será estudiada más adelante gracias a un poderío visual que es, desde ya, una clara película de culto. Su fantasía narrativa (para mí esto pertenece a la ciencia ficción, aunque es de esas fantasías tan posibles en un futuro que da miedo sólo de pensarlo) está al servicio de un mensaje claro: cómo se traumatiza a las mujeres en todo aquello que tiene que ver con la industria del entertaiment. Y el resultado es magnífico: una obra que se empodera (qué bien suena y grita y abronca este verbo dentro de la película), que usa su posmodernismo para hablar pertinentemente de la lucha feminista. Bravo, bravo y bravo si se hace de esta manera tan directa, tan pertinente, tan acertada.
Dentro de ella nos vamos a encontrar una versión ultramoderna de referencias a tutiplén (todas ellas pertinentes, bien llevadas y que se integran en la película para rebosarla de significados, de profundidades y de belleza, claro), como el Fausto de Goethe, Hitchcock, Kubrick, Cronenberg y, cómo no, David Lynch (sin olvidarnos de la Carrie de Brian de Palma). Pero lo que hace esta directora al homenajearlos es dar una visión juguetona, festiva, bulliciosa y muy muy muy ocurrente y hasta chistosa (y cuidado con las carcajadas que soltamos: uno se ríe de cosas muy serias) que lo que hace es robustecer la película con un estilo visual inolvidable, bellísimo y absolutamente demoledor.
La película juega todo el rato con la hipérbole, así los mensajes (subliminales o directos) calan con más fuerza. No se corta esta directora nunca, sobre todo en el tramo final o desenlace de una película que hasta entonces ha transcurrido por lo grotesco, lo disparatado y lo turbulento, lo inquieto o la travesura. En las más de dos horas ocurren muchas situaciones, les pasan muchas cosas a las dos protagonistas: en este sentido, nos topamos con una obra ambiciosa que logra, por muy alocado que parezca la cosa, cotas altísimas de buen cine y de cine con calado acertado.
Detrás de todo están dos actrices de edades muy disparejas. Una Demi Moore redescubierta (aquí nos regala el papel más importante de una carrera desigual y en franca decadencia desde hace muchos años), valiente (se pasa más de media película con desnudo integral), que se ríe de sí misma y de sus propias operaciones de estética; y una emergente (qué futuro se le vaticina a esta chica) Margaret Qualley. Ambas están maravillosas, saben que tienen dos roles que no van a pasar desapercibidos y que están dentro de una película que nace polémica y con ganas de polemizar aún más. Como saben, también, que es una película importante para ellas de la que, incluso, pueden salir malparadas (algo que sería muy injusto) porque la historia y la parte visual para mostrar esa historia puede crear rechazo, animadversión y enjuiciamientos varios. Bravo y bravo por ellas. Juntas nos regalan un banquete de genialidades.
Posdata: cuidado con malinterpretar esta película. En muchas ocasiones parece tonta (el propio personaje caricaturesco y muy de guiñol que interpreta Dennis Quaid, sería un ejemplo), pero de tonta tiene lo que yo tengo de monje budista. Aquí dentro hay canela en rama, mensaje pertinente y profundo (y todavía más necesario), que enerva y sacude a partes iguales. Su indecencia descoloca, sus extremos son parte de esa indignación que quiere narrarnos y sus disparates no son más que un espejo (ENORME) en el que deberíamos mirarnos los unos y los otros. En definitiva: película transgresora y de belleza interminable.
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