"LAS AMISTADES PELIGROSAS" (Reino Unido, 1988), de Stephen Frears
- salva-robles
- 16 jul 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 18 feb 2024

En este asombroso drama de época (que se sitúa alrededor de las confabulaciones de dos miembros de la nobleza francesa de finales del siglo XVIII) el lujo, la corrupción, el erotismo y la venganza toman la salida en una carrera de alto nivel y sin vuelta atrás. (En los primeros minutos de la película, mientras los títulos de crédito van saliendo, ya nos lo advierten el director y su guionista: los dos principales personajes se preparan con escrupulosa minuciosidad, en plano-contraplano, como si fueran dos caballos que esperan el pistoletazo para la salida). Los complots y los intereses de los personajes muestran el eterno y universal poder manipulador que tiene el sexo y cómo este puede llegar a destruirlo todo y a todos. De esta manera, el guion de Christopher Hampton (basado en una novela epistolar de Choderlos de Laclos) se convierte en la narración de una intriga, que es, a su vez, predestinación y desventura: en ella se van encadenando situaciones (con varios triángulos como telón de fondo) que revelan los enigmas de la ambición y las consecuencias que la desmesura provoca. La “fatalidad” (esa de la que hablaban los románticos) se adueña de la pantalla; y, desde ella, el espectador se ve arrastrado como por un imán y asiste, emocionado, a la tragedia que peldaño a peldaño se va construyendo entre los fotogramas de una película magistralmente confeccionada.
Las casi dos horas de metraje se condensan en una virtuosa estructura circular que comienza y termina con dos planos de un mismo personaje (la marquesa de Merteuil) delante de un espejo. En cada plano hay dos actitudes diferentes, opuestas la una a la otra. Y entre esos dos esclarecedores instantes ha sucedido algo: la película. El misterio de la fatalidad se resuelve en la portentosa interpretación de una actriz que traspasa el milagro: Glenn Close despliega todo su arsenal de instinto e inteligencia y nos deja un personaje genial que ella hace inmortal para la gran historia del cine. Pero el talento desmedido de Glenn Close no está solo, el círculo estructural del filme se sustenta en un triangulo del que la actriz es su principal vértice. En los otros dos ángulos, John Malkovich y Michelle Pfeiffer entretejen a su vez unas bellísimas creaciones cargadas de explosiva sinceridad y de elegante hermosura. Sale de los tres intérpretes cine, cine del grande: ese cine que es emoción y verdad y que llega a través de sus rostros. Tres enormes rostros que sostienen casi todos los planos de la película y que desnudan su oficio con riesgo y generoso talento. Cada nuevo primer plano de los tres intérpretes (y hay muchos, pues el filme se sostiene principalmente en ellos) supone una subida de la intriga emocional. En este sentido, Las amistades peligrosas viaja con primoroso tacto hacia sus desenlaces (pues son tres y no uno, los finales de esta película: el de cada uno de los tres protagonistas). Y al llegar a ellos, el espectador se contagia y comparte la emoción. Se identifica y se revuelve en la butaca.
Stephen Frears dirige con exquisita solvencia y refinado oficio el juego de sus personajes. Su cámara explora, sin perderse nunca entre la perfecta ambientación, los meandros de la psicología humana y logra hacer fácil lo que en realidad no lo es: conseguir que el intrigante culebrón dieciochesco de Laclos se convierta en inusitada y envolvente piel de celuloide. La intrincada historia de la novela la resuelve Frears con escrupulosidad y fluye esta, en el filme, con una precisión imponderable, con sabor a cine de corte clásico e imperecedero. Las amistades peligrosas es también, definitivamente, una de las grandes indagaciones cinematográficas sobre la mezquina naturaleza humana.
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