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LAS MEJORES NOVELAS QUE HE LEÍDO EN 2020



En riguroso orden alfabético, aquí os presento mis delirios noveleros del año de la pandemia:


1.- “A CORAZÓN ABIERTO”, de Elvira Lindo.

Igual no es una novela este hermoso libro, pero yo lo he leído como tal. Tiene la capacidad mágica de hacerte revivir el pasado y de que te borbotee tu propia memoria. Emociona desde la primera página. Y lo hace con una prosa privilegiada, estupenda, de altos vuelos.

2.- “AGUA SALADA”, de Jessica Andrews.

Con una prosa que destila sonidos, colores y sabores de una manera muy personal, la novela logra cautivar gracias a un personaje femenino (y la madre de este) que, en tres tiempos, retrata nuestros miedos y congojas más elementales con el romanticismo y la tragedia empapándolo todo por detrás. Voz nueva muy a tener en cuenta.


3.- “AUTOPSIA”, de Miguel Serrano Larraz.

Es de esos libros que te estampan puñetazos por doquier, que te obligan a hurgarte en plan masoquista y que retratan a toda una generación (la mía en este caso) que acabó tan desencantada. Y de paso, nos regala una crónica de la España de los últimos 40 años tan cínica, como repleta de miserias y desconfianzas. Atención a la sublime galería de personajes que pulula por sus páginas.


4.- “BAJAMARES”, de Antonio Tocornal.

De lo más eminente que he leído este año. No sólo por su prosa deslumbrante, sino por la capacidad de aglomerar en un minúsculo universo (una isla con un faro y un solo hombre) la vida entera y retratar al ser humano en todas sus caras posibles dentro de unas páginas que se beben y disfrutan como algunas novelas clásicas (ese es su sabor), tan bien escritas y mejor construidas. Una delicia. Pero de las de verdad de la buena.


5.- “CÁSATE CONMIGO”, de John Updike.

Retrato de un adulterio que se critica y perdona a partes iguales. Esta es la premisa (y la excusa) para, en realidad, hablar de la clase media americana y desnudarla en toda su fabulosa complejidad, con juicio de narrador insolente, feroz y tan lúcido como agudo y perspicaz.


6.- “DESPOJOS”, de Rachel Cusk.

Me han deslumbrado su prosa (tan particular y diferente como turbadora y franca) y esa estructura en la que se rompen las convenciones de varios géneros: ¿autobiografía, novela, relato? Todo al mismo tiempo. Y de regalo, una galería de personajes soberbia.


7.- “DICEN LOS SÍNTOMAS”, de Bárbara Blasco.

Otra novela que me tocó los adentros. Es tan humana, que duele. Pero consuela ese dolor siempre. Qué protagonista tiene más gigante esta historia. Además, nos entrega un diálogo hermosísimo (y muy áspero también) entre ficción y realidad como arma para construir literatura gigante que analiza el presente con la delicadeza de un orfebre.


8.- “ECO”, Carlos Frontera.

Lo mejor de esta joya (y mira que me gustó tanto su todo, su conjunto, su propia idiosincrasia -ay, esa prosa tan de pulso poético y hechicera-) es la lucidez con la que desnuda una autobiografía tambaleada y herida para convertir la narración en catarsis y purificación limpiadoras. De las que salpican (mucho).


9.- “EL FIN DEL ROMANCE”, de Graham Greene.

Está tan bien narrada, que da envidia de la mala. Nunca he visto retratadas mejor la conciencia y la angustia del hombre del siglo XX. Ay, y esos celos tan bien descritos. Y ese amor imposible que duele tanto y que obsesiona más. Ay.


10.- “EN LA TIERRA SOMOS FUGAZMENTE GRANDIOSOS”, Ocean Vuong.

Un texto resplandeciente repleto de magia y de una intimidad que traspasa la crudeza y la radiografía para convertirse finalmente en pura belleza sutil y en dolorosa evocación. Una primera novela sorprendente, apoteósica y que no se acaba cuando el lector cierra el libro.


11.- “ISBRÜK”, de David Vicente.

Es de esas novelas que nos arañan íntimamente. Fría y dura como ella sola. Su brevedad no impide que nos deje ese regusto extraño, pero inenarrable de obras como La familia de Pascual Duarte o hasta Pedro Páramo. No las comparo, pero al leer esta, uno se acuerda de ellas inevitable y gozosamente.


12.- “LA CIUDAD QUE EL DIABLO SE LLEVÓ”, de David Toscana.

Obra maestra indiscutible. Brutal novela. Es una auténtica oda a la alegría de vivir (sobrevivir, en este caso), una abundancia de entusiasmos dialécticos entre la inmundicia del dolor. Hay belleza (de esa que estalla de pronto en el centro de una página que narra situaciones tremendas) en la vitalidad de unos personajes que zozobran sin hundirse en los alrededores del sufrimiento insoportable.


13.- “LAS ALEGRES”, de Ginés Sánchez.

Sin reivindicaciones, sin demagogias, sin trucos ni resortes mentirosos, el autor nos plantea unas dicotomías para las que no busca (ni da) respuestas. Quizá porque entre los mismos hechos que presagia, representa o explicita están las claves para entender, descifrar y creer en el porqué (mejor en plural) de la necesidad del movimiento feminista. Pero lo hace hurgando en(tre) las entrañas. Que es donde más escuece.


14.- “LAS BRUJAS”, de Celso Castro.

Otra potentísima historia de este autor grandioso. Cada libro suyo lo recibo como un acontecimiento. Celso Castro es uno de los narradores más potentes de nuestra narrativa contemporánea. Tiene un mundo ficcional diferente mostrado con un estilo muy personal, genuino y libre que a mí me subyuga.


15.- “LOS CUERPOS PARTIDOS”, de Álex Chico.

Hay una ambición narrativa constante en este escritor y lo más llamativo para mí es cómo reinventa el género novelístico. Él mismo llama a esta obra suya “novela de ensayo ficción” y, entonces, uno se topa con que no hay fronteras entre los géneros, o al menos Álex Chico no las contempla. Yo añado, además, que dentro de estos “cuerpos” hay también poesía: la que estalla en cada una de las esquinas de la indagación que el autor lleva a cabo. Lo lírico vuela a cada instante y los párrafos se llenan de nostalgia, memoria y reflexión. Es, entonces, cuando lo íntimo acaba por desbordarlo todo.

16.- “NACIÓN VACUNA”, de Fernanda García Lao.

Partiendo de una quimérica ucronía, la novela se expande desde sus secuencias narrativas (cada una un bocado profundo, tales son sus zarpazos a la realidad que vivimos y a los seres en los que nos estamos convirtiendo) hasta formar un armazón argumental delirante, perverso, apocalíptico. La prosa estricta, puñetera, perfilada y sutil nos muestra el horror de un mundo onírico que asusta por su franqueza y veracidad.


17.- “NO ENTRES DÓCILMENTE EN ESA NOCHE QUIETA”, de Ricardo Menéndez Salmón.

Es un libro con valores diversos, pero yo me quedo con su veracidad, con su pureza confesional en la que el perdón, el entendimiento y la reflexión se dan la mano para conseguir lo que muy pocos libros logran: dar puñetazos curativos al lector, que cierra el libro vapuleado, pero, al mismo tiempo, irrebatiblemente agradecido.


18.- “POETA CHILENO”, de Alejandro Zambra.

Para hacerle una declaración de amor en toda regla a la POESÍA, el escritor chileno se ha inventado esta novela que es purísima desenvoltura, inenarrable gracia, ternura y desparpajo infinitos. Pero como Zambra es un puto genio, esa declaración amorosa viene de la mano de una capa de barnices laberínticos y temáticos entre los que podemos tener el gustazo de sumergirnos.


19.- “SANGUÍNEA”, de Gabriela Ponce.

¿Puede una novela vociferar? ¿Puede el lector ahogarse y disfrutar mientras lee con gozo masoquista? ¿Puede un personaje herirte con su flujo de conciencia inaudito, tembloroso, funambulista e implacable y, sin embargo, sentir esa herida no sólo como gozo estético sino, y al mismo tiempo, como introyecto de creencia que haces como tuya propia? “Sanguínea” nos responde que sí puede.

20.- “SUBSUELO”, de Marcelo Luján.

Esta novela se atreve con un narrador portentoso que se permite (con su implacable omnisciencia y sin trampas) jugar como le da la gana para que el lector avance y retroceda en la historia y se convierta (dentro de cada página) en una especie de títere en sus manos. Uf, esos avances inconclusos en mitad de un párrafo: cómo inquietan, cómo logran el desasosiego de algo que se percibe hasta que por fin se comprende al alcanzar el final (que llega tras un in crescendo brutal).


21.- “VENTAJAS DE VIAJAR EN TREN”, de Antonio Orejudo.

Hay ritmo, gran dominio de los diálogos y, sobre todo, una capacidad inmensa para mercadear inflexiones y registros. Y todo ello para hablar, con mucha inteligencia y aún más desparpajo, de la locura y de la vida o de la loca vida que nos vuelve aún más locos. Pero, oigan, ¡vivan los zumbados!

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