(Francia, 2020)
En esta maravillosa película hay varios juegos metafictivos (o metanarrativos) que la enriquecen de manera superlativa. Por un lado, podemos hablar de un cine pretérito (el de Eric Rohmer) que aquí está homenajeado sin pudor, con descaro y mucha sabiduría; o el cine del ahora entronado Philippe Garrel (en esa rendición temática que la película recoge sobre el amor que no sabemos cómo afrontarlo). Por otro lado, la propia película es un relato dentro de otro relato (y de otros relatos que ocasionan o se derivan de los anteriores). Y en este sentido podría parecernos un vodevil, sólo que aquí la comedia de la vida es muy dramática puesto que los personajes sufren por culpa de no encontrar la manera o el camino de vivir el amor en plenitud.
Es una película luminosa, resplandeciente de fotografía diurna (hay pocas escenas nocturnas), con paisajes verdes y radiantes. Todo sucede en un locus amoenus (los paisajes por donde caminan o las casas que habitan y en las que siempre parecen estar de paso) que se revierte en paradoja puesto que, en lugar de suceder hechos agradables, los personajes viven en una constante frustración que los lleva a sentirse incompletos, tenazmente aprisionados en las complejidades amatorias. ¿De verdad es tan difícil amar?, parece que se preguntan todo el rato. Y mira que lo intentan, como lo intentamos todos. Quizá más que amar, lo que buscamos es que nos amen y que lo hagan bien y de verdad, para completarnos y lograr la armonía y el sosiego. Y así, en esto que digo, es como se desnudan los riquísimos y complejos personajes que atesora la película. Y cuyo guion y director no los juzga nunca, sino que los dejan ser y actuar tal y como sienten.
Oyes hablar (en ese torrente verbal de todos) a las figuras que pululan por la película y escuchas unos diálogos siempre ricos, que se complacen en lo literario (aquí otra vez Rohmer), es una historia que no se corta en su esencia dramática, cuasi teatral. Cómo dudan estos personajes y cómo se ponen en duda los unos a los otros. Y en esos diálogos lo que vemos los espectadores son las pequeñas cosas que nos suceden en las cotidianidades. Importan más los pensamientos y emociones que las acciones y así la película nos regala, sin que lo parezca realmente, una perspectiva metafísico-filosófica de las relaciones humanas en esta cosa tan velada y confusa que es enamorarse. ¿Por qué no hay una asignatura que nos enseñe a amar?
La película es cine que se complace sin complejos en ser “cine de autor”, una muestra más de que el cine francés tiene su propia idiosincrasia que todos reconocemos con un par de escenas que nos muestren y que bebe todavía de la nouvelle vague. Cine sutil, equilibrado entre lo que cuenta y cómo desea contarlo, cine ecuánime que sin ser cómico roza todo el rato el humor (etéreo, muy etéreo, por supuesto) para retratarnos (¿cómo seríamos o nos veríamos si nos grabaran con una cámara sin saberlo? Pues seríamos como estos personajes de la película, tal cual).
Qué dos horas de disfrute mayúsculo me han regalado estos actores (qué guapos son, además), este guion y esta película de primer orden, con universo fílmico reconocible y delicioso. BRAVO.
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