En orden alfabético, esta es mi selección:
1.- “CARRERA CON EL DIABLO”, de Luis Sánchez Martín.
Por convertir la poesía-confesión en desnudez lúcida del que se mira en los espejos, sabiendo que el aprendizaje de la vida te permite sobrevivir a las caídas en los pozos de la resistencia.
2.- “DA DOLOR”, de Pilar Adón.
Por convertir las referencias en admirables espejos y cada poema en un torrente de lenguaje árido y espiritualmente humano que deja poso en los adentros del lector.
3.- “HISTORIA DE LA LECHE”, de Mónica Ojeda.
Por reinventar y feminizar el mito de Caín y Abel, creando una poesía de espanto implícito al mismo tiempo que borbotea una belleza abrumadora y deslumbrante.
4.- “LA BELLEZA DEL MARIDO”, de Anne Carson.
Porque da igual las veces que lo lea: esto es un portento que golpea el género lírico para trasvasarlo, mientras habla del amor como si fuera la primera vez que alguien lo hace.
5.- “LA RAMA VERDE”, de Eloy Sánchez Rosillo.
Por convertir la poesía en inaudita y bellísima coherencia sobre la vida y sus hilos trascendentales.
6.- “LAS HOGUERAS AZULES”, de Juan F. Rivero.
Por convertir la experiencia y la intimidad en una misma cosa y alcanzar lirismo repleto de evocaciones con sabor a literatura clásica, esa literatura que nos habla de aislamiento y del recuerdo.
7.- “NO VOLVERÁS A HABLAR NUESTRA LENGUA”, de Cristina Morano.
Por construir versos que aúllan y logran una poesía como altavoz de las crudezas dolorosas y que se erige en estandarte del hoy cruento.
8.- “¿Y POR QUÉ NO LO HACEMOS EN EL SUELO?”, de Ben Clark.
Por convertir siempre la poesía en un recoveco por el que escaparse.
9.- “POSTALES EN UN CAJÓN DE GALLETAS”, de Ángel Manuel Gómez Espada.
Por vomitar inteligencia sutil y delicada en mitad de la actualidad, dejando claro que la experiencia es una cicatriz que no se borra.
10.- “VITA NOVA”, de Louise Glück.
Por entregar certezas en forma de versos, usando la elegancia y la moderación de la metáfora suculenta.
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