
EN SERIE
“LOS AÑOS NUEVOS” (miniserie, 10 episodios)
“Lo que el tiempo hace con nosotros”
Vivir es cambio y no se puede volver atrás. Vivir es hábito estresante y es ver cómo el tiempo es un dictador que se nos escapa siempre. Y vivir es comprender, también, quiénes somos nosotros, mal que nos pese y pese a todo.
Esta hermosa serie habla de todo eso, aunque no lo parezca porque todo se expone (aparentemente) como la historia de una pareja que rompe y regresa constantemente a lo largo de diez años. Pero es que esta serie habla de todo eso y, además, habla aún mejor de una equivocación con la que sobrellevamos la existencia: no sabemos diferenciar entre SER y ESTAR. No es lo mismo eso de cómo somos, eso de qué colocaciones nos caracterizan o eso de qué calaña estamos compuestos, que eso de cómo nos sentimos en ese transcurso que se llama vivir. Nuestras distribuciones cambian y los dos personajes centrales de esta serie viven (sentimentalmente hablando) en un pasado y se han olvidado de que el foco se pone en cómo actuamos en nuestro circular por el mundo, en esa marejada continua que es siempre la vida. No tenemos otra práctica (ni otras rutinas) que no sea nuestro presente. Y por eso sufren (y de qué modo) todo el rato anhelando un pasado que ya fue mientras se olvidan del presente, del hoy, que son quienes les dan las pistas que necesitan para expresar lo que sienten en el ahora.
Pero hubo y hay amor entre ellos. Los dos se aman, aunque se quieran mal. ¿Entonces? Lope de Vega ya lo dijo hace tiempo:
“Creer que el cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es el amor! quien lo probó lo sabe”.
El personaje masculino (Óscar) es a quien más le cuesta salir adelante tras las rupturas. Sigue enganchado e incapacitado para rehacerse. Ella (Ana) también vive “enganchada”, pero busca cambios, se mueve mucho más que él (que vive paralizado) y hasta lo intenta, aunque nunca lo logre del todo. Pero lo intenta. Él también, claro, pero menos: su parálisis emocional lo suspende.
La serie relata muy bien ese proyecto que es una pareja cuando comienza su historia común. Y los proyectos contienen muchas cosas: los ámbitos íntimos como la familia, la sexualidad, la casa, el trabajo, las amistades… Hay detalles, capítulos o escenas concretas que le dedican tiempo a que se vea ese proyecto de la pareja. Pero lo bueno de la serie es que no necesita explicaciones, sino pinceladas para crear ese cosmos íntimo que han proyectado Óscar y Ana. Y aquí es donde las elipsis se convierten en las gigantescas protagonistas ya que atrapan el tiempo y lo que este hace con nosotros y lo llevan a cabo con una exquisita soltura de filigrana fílmica y narrativa. Es un acierto que en cada capítulo haya transcurrido un año y que se sitúe cada uno durante un periodo breve de unas horas entre la nochevieja y el día de Año Nuevo. Así lo implícito o sobrentendido se hace enorme porque el espectador imagina, piensa y profundiza aún más que si le mostraran todo. Y aún sucede algo más emotivo: esta estructura narrativa elíptica metaforiza la eternidad cotidiana y sus propias intrigas privadas que tienen que ver siempre con esa juventud que ya no vuelve, con el tiempo y su implacabilidad.
La serie es un tsunami de veracidad, de transparencia y contiene una honestidad de las que entran a fuego entre las retinas de los espectadores. Todo ello para mostrar lo cruda que es la vida. Hay aquí dentro una radiografía escalofriante (y al mismo tiempo, tan certera como creíble) sobre la pareja que suena todo el tiempo a intimidad capturada y robada, que, como relato fílmico, acaba siendo un prodigio de conexiones emocionales. Esto ya lo hicieron muy bien Bergman (“Escenas de un matrimonio”) y Linklater (en su trilogía “Antes de…”). Sorogoyen y sus guionistas han mamado buen cine, así los capítulos de “Los años nuevos” son perfectos mecanismos de relojería al servicio de una precisión psicológica y sentimental que muchas veces dejan sin respiro a los espectadores, tal es la magia de la verdad que vomita la pantalla.
No sólo está bien narrada y planificada en sus más mínimos detalles. Es que también hay excelencia en las interpretaciones de los dos actores protagonistas y de todos y cada uno de los actores secundarios. Hay complicidad y verdad en un grupo de actores a los que se les notan las horas de ensayo y una entrega absoluta a un proyecto en el que creen a pies juntillas. Te los crees, crees conocerlos, piensas muchas veces que tú eres ellos o que te los cruzas cada día entre tus familiares, amigos o antes con tus ex parejas. Y esta parte, la de las interpretaciones, dota a la serie de una mayor amplitud temática y emocional.
Todos los episodios tienen algo memorable. Todos. Pero los dos últimos alcanzan una perfección mítica, lo que demuestra el grado de madurez alcanzada por un Rodrigo Sorogoyen que, de nuevo, nos recuerda que él es un milagro como cineasta. Es increíble cómo en cada nuevo trabajo este director se reinventa y crece y nos regala historias siempre incómodas y turbadoras sobre conflictos humanos universales. Bravo. Lo mejor en series este año ha venido de España, sin duda alguna. Altísimo nivel en tres o cuatro apuestas de primer orden. Apunten esta como la que más (en mi humilde y nada importante opinión).
Bình luận