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"LOS DESTROZOS", de Bret Easton Ellis



AÑO: 2023

PÁGINAS: 674

GÉNERO: novela


Como ciertos deportistas o artistas, Bret Easton Ellis es en el mundo de la literatura un icono, un símbolo generacional y esto nadie lo duda. Así que, tras más de 13 años sin publicar nada, la llegada de su nueva novela supone un estallido publicitario descomunal y todo está preparado para vendérnosla como el gran evento literario del año. No pasa nada: los americanos saben promocionarse mejor que nadie y les gusta la parafernalia. Además de que les sobra el dinero para meternos un producto hasta en la sopa. Y a uno le encanta sucumbir y contribuir a que el imperialismo americano siga atosigándonos.

Pero vayamos al meollo, a lo que importa: ¿Qué es “LOS DESTROZOS” como obra, como novela? La he leído con sentimientos encontrados, notando mis contradicciones lectoras en cada página, porque (en el fondo y hasta en la superficie) a mí este tipo de literatura (no su género, conste, sino el estilo de la prosa) ya no me llena, ya no me interesa, ya le descubro instantáneamente todos sus trucos (y aquí dentro hay mucha triquiñuela, mucha manipulación, mucha incongruencia y mucha operación narrativa para epatar y para mentir al lector y tenerlo seducido y conquistado. Y, oigan, todos estos subterfugios y asideros el señor Easton Ellis los maneja de maravilla; se le nota que ha aprendido del cine palomitero y de la literatura best-seller de su país como nadie).

La prosa de esta novela tiene un estilo simple, es escueta, pelada de profundidades: va al grano. Hay a quien le gusta esto, a mí me horroriza. Una cosa es lograr una prosa sencilla (que es muy difícil de conseguir, por cierto), pero que profundiza en lirismo o en lenguaje emocional y tiene sus capas subterráneas; y otra es lo de este autor, que es una prosa cuasi adolescente (he leído redacciones de mis alumnos buenos con este tono y esta simpleza sintáctica que tienen su encanto y les percibes imaginación y enganche). Para muestra, copio un párrafo extraído al azar (he abierto el libro por la mitad y he copiado lo primero que he leído en mitad de una página):


“Eran las cuatro. Hacía ya una hora que habían cerrado las escuelas, pero no se veía a muchos chicos allí. Aquel era el primer día de curso para muchos, y tal vez era demasiado pronto para que los chicos se fuesen de inmediato al centro comercial después de acabar las clases”.


Imagínense 674 páginas así. Y esto no es problema de la traducción: esto es estilo literario y la (muy buena) traducción se limita a convertir la lengua de un idioma en la de otro. No hay más.

Luego está la trama. Esto es un thriller adolescente en un instituto de niños ricachones (sus protagonistas tienen 17 años), con asesino en serie. Un thriller que nos han contado igual (con los mismos trucos y las mismas manipulaciones narrativas) millones de veces: las series y el cine americanos están repletos de este mismo argumento. Es más: también se copia lo de rizar el rizo a medida que avanza la trama y lo de tener varios finales que eternizan el verdadero final. Aquí ese final perdura (con ritmo endiablado y acojonante, eso sí) durante casi 300 páginas. Esto es desesperante, pero, al mismo tiempo, debo reconocer que el macabra que tengo dentro (y el voyeurista y el chismoso y el murmurador) ha permanecido enganchado de una manera casi enfermiza y, sobre todo, agobiante: necesitaba y quería saber qué seguiría pasando y cómo se iba a resolver esto. Por cierto, tuve mis sospechas a mitad de la novela y estas sospechas se confirmaron al final: es decir, vaticiné de qué iba esto y qué iba a ocurrir con los personajes principales. Y me lo temí: me iba a decepcionar, al mismo tiempo que confundir y encandilar. Porque con esta novela, ya lo he dicho, te asaltan las contradicciones todo el rato. Y quizá esto sea lo mejor de ella: que te satura y te engancha a partes iguales, igual que te alucina (incomprensiblemente) de manera irremediable.

¿Y por qué ocurre esta gran contradicción? No lo tengo claro, pero en mí ha existido ese morbo de comprobar que los ricos sufren, lloran y están más zumbados que nadie. Pero zumbados del copón y esto me ha producido carcajadas, entusiasmo y enardecimiento clasista. ¿Sois ricos? Pues jodeos, ricachones de mierda. Porque mira que son ricos los personajes de esta novela. Todos. Dinero a espuertas. Se pasan la vida vistiéndose de marcas caras, van de fiesta en fiesta (de esas fiestas descomunales en mansiones aun más descomunales y a las que asisten, por si fuera poco, famosos a los que admiras del cine, por ejemplo; fiestas que organizan los niñatos por chorradas porque cualquier chorrada es motivo de celebración o escusa para juntarse y demostrar lo ricos que son). Estos niñatos conducen cochazos con 17 años, tienen casas propias e independientes dentro de las casas de sus padres ricos; padres que, por cierto, nunca están porque se pasan la vida divorciándose y haciendo viajes que duran dos meses enteros. Ah, y los niñatos se drogan. Se ponen hasta las trancas de drogas y alcohol. Pero a lo bestia. Y, claro, follan. Follan mucho. (La parte sexual, todo hay que decirlo, mola: está lograda, es verosímil porque todos son guapos, están buenísimos y tienen tetas y cucas descomunales que funcionan como manantiales de seducción y manipulación y éxtasis morrocotudos. Todo lo sexual parece extraído del imperio norteamericano pornográfico, que ya lo sabemos -venga, reconózcanlo- porque todos hemos visto cantidad ingente de cine X estadounidense).

¿Qué hay de bueno, entonces, en este mamotreto de 674 páginas? Pues que todo funciona como una maquinaria de relojería perfecta. Que, en el fondo, esto va de hacer un viaje demoledor (y que nace con ganas de provocar) en el que se retrata -con una virulencia y mordacidad gigantescas- a la sociedad americana (a cierta sociedad americana, a un grupo concreto, pero que también se extrapola al conjunto idiotizado y, sí, también simplista de esa América profunda, imbécil y más arcaica y tradicional que nunca, donde lo de perseguir el sueño americano es una de las entelequias más mentirosas y paralizantes, que producen individuos frustrados y muy peligrosos). En este sentido, “LOS DESTROZOS” es una novela demoníaca, deslumbrante en parodia y sarcasmo o caricatura. Y es aquí donde Bret Easton Ellis se crece como autor importante o, cuando menos, valiente e insidioso, que, finalmente, profundiza más de lo que aparenta en esa confluencia de prosa mediana o simple cargada de clichés, manierismos y trucos narrativos tan americanos como ampliamente reproducidos.

¿Entonces? Pues que la he devorado en cuatro días. Enganchado, hipnotizado, cabreado en muchos momentos (quizá porque no me gusta que me seduzcan y me manipulen con tanto descaro) y subyugado por un ritmo endemoniado y hasta maldito, que, lo reconozco, remueve mis adentros más perniciosos con loable talento operador, instigador, oportunista y provocador.

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