“LOS DOMINGOS” (España, 2025), de Alauda Ruiz de Azúa
- salva-robles
- hace 16 horas
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Esta directora ya ha mostrado sobradamente su enorme talento, así que volver a topárselo en una nueva obra suya no nos sorprende, aunque sí vuelven el regocijo y la admiración. Yo lo voy a decir de entrada: “LOS DOMINGOS” es una película gigante, hermosa hasta doler en su maravillosa limpidez y pureza narrativa. Es cine inteligente, cine que remueve el intelecto del espectador y cómo se agradece esto. Lo que más me impacta es cómo alcanza la directora, desde la transparencia expositiva, tales capas de profundidad que aparecen como susurradas y con enorme sigilo por una pantalla que se llena de claroscuros, de laberintos hoscos y reveladores en temas que son tabú en la sociedad de siempre y más aún en la contemporánea.
El cine de Alauda Ruiz de Azúa es cada vez más cartesiano y parece que nos grita constantemente que los pensamientos son conciencia (o que en realidad son la misma cosa: pienso, luego existo) y, por ello, deja siempre que sea el espectador el que juzgue los hechos y circunstancias que salen en la pantalla. No es la directora ni el guion quienes conceptúan o adjetivan y el público es quien debate y se debate ante lo que observa y ocurre en las imágenes. A mí esto, que me resulta muy difícil de lograr, me parece portentoso y admirable porque es este cine el que a mí más me emociona y sacude o el que más me revuelve y conmueve.
“LOS DOMINGOS” es una película que tiembla y traquetea en cada personaje, en cada plano, en cada diálogo. Y es pura eficacia en esa naturalidad con la que lo esboza todo sin necesitar de trucos o trampas, ni de giros sorprendentes. Es lo austero recargado de ambigüedades varias lo que aquí prima y el resultado es una obra repleta de interrogaciones e interpelaciones al espectador, que es quien tiene que buscar las respuestas a múltiples matices y los muchos lados que tiene la premisa del guion: qué sucede cuando una adolescente comunica a su familia que quiere ser monja de clausura.
Es esta una película arriesgada y su directora lo sabe porque puede ser distorsionado su planteamiento. Aquí dentro no hay una apología de la religión (como muchos ya se están encargando de gritar). De lo que realmente habla esta obra es de la exploración de un camino para que nos demos cuenta de que no es tarea fácil asumir las responsabilidades de nuestra propia existencia y de enfrentarse a las consecuencias, no siempre agradables, de lo que uno quiere ser. Y lo hace Alauda Ruiz de Azúa sin sermonearnos, sin amonestaciones, pero sí dejándonos planteamientos que escuecen, que punzan y nos duelen.
La película resulta aún más creíble y emotiva gracias al trabajo de un grupo de actores magnífico. Están todos de premio y, una vez más, es la capitana de todo una inmensa Patricia López Arnaiz que aquí le ha tocado el personaje más desagradable (quizá también el más antipático) y que muy bien podría ser la conciencia del público. Bravo por ella y por todos porque logran que la película se llene de calor, de humanidad a espuertas, mientras derrocha corpulentas ganas de compromiso, de avenencia y conciliación en un mundo como el de hoy regido por fundamentalismos tan ciegos y peligrosos.
Otra gran muestra del buen momento y estado que atraviesa el cine español.




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