No hay nada en esta película que no me hayan contado ya muchas veces. Y, sin embargo, la veo con una sonrisa de oreja a oreja todo el rato y su guion se me aparece como nuevo, como si fuera la primera vez que lo contemplan y oyen mis ojos y oídos, respectivamente. ¿Por qué?
Porque cuando hay verdad y humanidad en una historia, yo me relamo y me concentro el triple para que las emociones me empapen y esta película ha anegado mis interiores y la he visto agradecido, enternecido, sacudido y encantado. El mejor calificativo que se le puede poner a esta nueva obra de Payne es el de “película bonita bonita y encantadora”. Ea, que resoplen los modernos y me pongan etiquetas sobre mi simplicidad a la hora de calificar. Pero es que cuando algo es “BONITO”, no hay que ponerse censuras en calificarlo como tal. Así que lo repito: “Qué película más bonita he visto”.
El guion de esta obra juega claramente en la construcción de vínculos que se basan en la honestidad y en la confianza y nunca se olvida de decir la verdad dentro de su coherencia interna: siempre sucede algo en la historia que tiene que ver con cómo piensa y actúa ese guion vinculado consigo mismo y no trata nunca de engañar al espectador con trucos. Su sentimentalidad no está manipulada con engañifas o fullerías, es conmovedora y tierna porque los personajes que retrata son entes verdaderos, de esos que uno conoce o vive en su propia carne o se cruza por la vida cotidiana todos los días, a veces, casi siempre, intuyéndolos más que conociéndolos de verdad. En el mundo hay personas que nacieron para tener mala suerte, personas a las que la adversidad las ataca sin compasión alguna y esas personas son admirables porque, pese a todo, siguen sobreviviendo, siguen respirando e intentándolo. Lo precioso de esta película es cómo el azar de esa adversidad las junta durante unas vacaciones de Navidad en un mismo espacio y están, por tanto, obligadas a relacionarse entre ellas. Y es entonces cuando la magia estalla, la magia de los sentimientos auténticos y de la bondad humana, que la hay aunque no lo parezca últimamente. En este sentido, y aquí está una de las genialidades del guion, es una película anómala sobre seres buenos, sobre personas admirables en su simplicidad cotidiana que está repleta de oscuridades, de heridas sin sanar o de magulladuras a las que no quieren ponerle nombres. Un profesor, una cocinera y un alumno nos descubren por sí solos un mundo que hoy no lo advertimos y ellos nos lo muestran como si tuviéramos que reiniciarlo. Un mundo posible que sería la mejor medicina para curarlo de sus propios males. ¿No sería precioso poder ser capaces de mirar el mundo como lo hacen ellos cuando deciden solidarizarse con el otro para ayudarlo a sobrellevar las fracturas ajenas y, de paso, las propias?
Porque “LOS QUE SE QUEDAN” va de eso: de dónde está la solución social, de dónde está la revolución que necesitamos para salir de la cuesta abajo en la que andamos imbuidos y alienados. Sólo se trata de solidarizarnos, de unirnos y apoyarnos, un sustentáculo que sólo llega si comenzamos a saber escucharnos los unos a los otros. Algo tan fácil y para lo que estamos (por desgracia y al parecer) incapacitados, por ceguera, por egocentrismos, por manipulaciones y por falacias que nos han llenado el cerebro de embustes para tenernos manipulados en los enredos del capitalismo. Uno ve la película sintiendo todo el rato una impotencia que estalla en forma de preguntas: ¿por qué no actuamos así? ¿Por qué no nos comunicamos mejor? Escuchar, escuchar es la clave.
Pero la película no sólo es bonita por todo lo que nos obliga a pensar y poner en conciencia. Esta película es también bonita porque:
· tiene un guion que atesora grandes momentos irónicos, con altísimas dosis de humor inteligente y unos diálogos enormes, tan bien escritos como perspicaces;
· tiene dentro un retrato de una época pretérita a la que homenajea sin grandes alardes técnicos, pero con virtuosismo edificante en eso de capturar los años 70 y un cine ya pasado y demodé;
· y porque, sobre todo, tiene a tres grandiosos intérpretes que dan vida a tres personajes memorables y, desde ya, inolvidables. A la cabeza de ellos, un Paul Giamatti escandalosamente estratosférico y que se merece el oscar incuetionablemente. Cómo miran estos tres actores, como declaman los diálogos. Y cómo matizan sus movimientos para dotar a los seres que recrean de una humanidad que estalla a borbotones frente a nuestras retinas. Personajazos redondos. Qué lujo contemplarlos, qué lujo habérselos topado dentro de esta película TAN BONITA.
Y añadamos algo importante también: desde ya, “LOS QUE SE QUEDAN” se convierte en un clásico navideño por excelencia. Gracias cine: por regalarme una película que parece de otro tiempo, por regalarme una película delicada y veraz, por regalarme una película que habla de nuestro derecho a intentar salir de todo eso que nos constriñe o se nos exige y por regalarme una película que rezuma tanta caridad.
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