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"MADRES PARALELAS", de Pedro Almodóvar


(España, 2021)


En el melodrama puro todo lo que sucede debe incitar, soliviantar y hasta estimular las emociones. Y si se hace con tramas exageradas y efectos cinematográficos poderosos en los que los personajes sean vapuleados constantemente, va a ser muy difícil que el espectador no logre removerse y hasta conmocionarse (aunque luego la vida se encargue de recordarnos algunas veces que toda exageración es casi una menudencia en el cine y que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia). Almodóvar ha inclinado todo su cine hacia esto, incluso en comedias como “MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS” hay detrás un drama morrocotudo. Nada nuevo, en este sentido, en el cine del manchego. Pero este director ha cambiado su forma de enfocar el melodrama y se nota desde su notable “JULIETA”: ahora es un director depurado, exquisito a la hora de mostrar las contundencias de la trama; hay una luminiscencia donde antes era barroquismo, y donde nos encontrábamos lo subversivo, ahora aparece la delicadeza. Añadamos una novedad más en “MADRES PARALELAS”: el gran calado emocional de esta película nunca es importunado por las referencias artísticas (cine, pintura, literatura) tan caras al director. Lo que aparece en la pantalla se depura hasta limites tan transparentes que la verdad termina aflorando y dando bofetadas valientes. Almodóvar (los seguidores del cine que este director hizo en los ochenta seguirán deplorando al “nuevo” cineasta y echándolo de menos) ha evolucionado y sus historias ya no serán tan insurrectas, pero han ganado en honestidad (yo sí sigo viendo a un director transgresor, sólo que ha cambiado su manera de esculpir la desobediencia).

“MADRES PARALELAS” es una película enredadora (tampoco esto es nuevo en su cine), pero sin filtros, y en la que la ternura (que yo echo tanto de menos en los tiempos que corren) acaba aprisionando todas las subtramas internas de los personajes principales y secundarios. Hay también una contención abrumadora, en la trama y en la interpretación de los actores. La cámara lo recoge todo con una delicadeza hilvanada a base de mostrar cotidianidades, gestos profundos o amistosos y conversaciones casi intestinales (¿había sido Almodóvar tan íntimo en el sentido de que casi todo ocurre en el interior de las casas de los personajes?).

Pero esta película enredadora tiene un fallo, para mi gusto, bastante grande. Un fallo que desarticula o tuerce más de hora y media de magnífico cine: la trama secundaria de la Memoria Histórica llega (antes hubo pequeños atisbos) y se apodera de todo cuando el clímax de la historia principal ha estallado en todos los resquicios de la pantalla. Entonces, de golpe, nos rompen las emociones desencadenadas y asoma lo que parece OTRA película bien distinta. No está mal rodada esta parte final y hay mucho de mimo y tiento, pero se nota demasiado enlatada, como exageradamente didáctica y aunque me parece bien y sea necesario que se dé visibilidad a lo que tanto tiempo lleva callado, aquí esa línea argumentativa que debía ser, como se dice en el título, paralela, acaba siendo perpendicular y, por tanto, cortante. Y el espectador que yo he sido se queda perplejo, confundido y, en cierta medida, sintiéndose manipulado. Y la verdad de antes, tan hermosa, se tuerce y aparece otra verdad que no casa bien por el modo en que ha sido urdida y escrita.

Mención especial merecen también dos cosas: Penélope Cruz y la banda sonora de Alberto Iglesias. La actriz, que siempre ha trabajado con profesionalidad, gracejo y fotogenia, nos regala en “MADRES PARALELAS” su interpretación más bella, más cristalina y sutil: no ves a la estrella cinematográfica, ves a su personaje, que, aún siendo un regalo, cierto, para cualquier actriz, ella lo aprovecha para brindarnos contención y emoción a raudales. Hay tanta naturalidad en cada tono o gesto que la pantalla estalla en verdad mayúscula. Almodóvar la ha dirigido mejor que nunca, ha sabido contenerla y reprimirle los múltiples tics tanto vocales como gestuales que la actriz tiene e, incluso, cuando la hace llorar, la abandona tras una puerta, mostrándola de espaldas o sacándola literalmente de la escena y, con ello, aparece una Penélope Cruz genuina interpretando a una Janis-personaje auténtica de tan verídica. Y Alberto Iglesias logra otra cúspide musical en su carrera. Qué más se puede decir de un compositor siempre en estado de gracia. Qué maravilla cómo acompaña en la intimidad de la historia y cómo escolta las intrigas internas.

Añadamos que Aitana Sánchez-Gijón está enorme, Milena Smit ha sabido entregarse a las exigencias almodovarianas y logra salir airosa del envite (aunque todavía le queda mucho por aprender, pero como está empezando no la prejuzguemos mucho todavía y a ver qué hace a partir de ahora). Pero que quede claro: aquí la que brilla y hace grande a una película finalmente imperfecta, es Pe. Y es una película desacertada por esa parte final que persigue el calado político que no por ser pertinente y provocador logra que se acople bien con la otra parte que sí nos regala un Almodóvar en plenitud artística, que emociona por su sutileza y elegancia narrativas, por su idiosincrasia tan particular a la hora de someter lo privado a la escucha que acaba dando voz a lo que debería cuestionarse o debatirse siempre y que no es otra cosa que el deseo, el apetito que nos sacude y menea en esto de la supervivencia y donde el director manchego es tan concluyente y hasta valeroso o ético. Porque esta película (ya hemos dicho que imperfecta y que dura dos horas) nos regala más de hora y media de cine mayúsculo cuando nos habla de mujeres incompletas (por sus desperfectos) y que intuyen que en sus taras está el principio de la emancipación, de la libertad e independencia.

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