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“MAGNOLIA” (EE.UU., 1999), de Paul Thomas Anderson

  • salva-robles
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura


 

"Putos remordimientos

(lo dice el personaje de Jason Robards en “Magnolia”)

 

Cuánto nos cuesta perdonar: el arrepentimiento, la culpa, la necesidad de redención o clemencia…son los grandes temas que esta película nos regala mostrando una apología de la intimidad que acaba siendo una obra de dimensiones épicas e insólita en planteamiento y ejecución. Un guion, unos intérpretes y un trabajo de dirección en estados de gracia crean un compendio que suman para lograr una incontestable obra maestra del cine de finales de los 90 del siglo pasado. Y, como toda obra maestra, con adeptos incondicionales o con enemigos acérrimos que la defienden o defenestran con esas pasiones que suscitan las obras de arte que nos incomodan sobremanera.

Hay dentro de esta demoledora (y, al mismo tiempo, hermosísima) película tantas capas y posibles lecturas, que el espectador entregado la contempla abrumado, boquiabierto y absolutamente compungido. La estructura, tan operística como ambiciosa en intenciones, va subrayando en sus tres horas de duración un vivificante in crescendo que bucea en el melodrama a lo bestia, sin cortarse un pelo en sus fastuosos excesos, prodigalidades que terminan llenando la pantalla de honestidades valientes, de hallazgos visuales y/o narrativos de sobresaliente creatividad. Los títulos de crédito finales aparecen y uno se percata agotado, con grata (y también extraña) sensación de abatimiento y catarsis purificadora al mismo tiempo. Y con lágrimas en los ojos, claro.

Paul Thomas Anderson tenía solo 29 años cuando escribió y dirigió esta película. Era su tercera obra y ya desde entonces se convirtió en uno de los talentos más enormes que ha dado el cine. Lo corroboran sus dos películas anteriores y las otras seis que ha rodado después. Su talento es fascinante y “MAGNOLIA” es perfecto ejemplo de autor que tiene una caligrafía estética que impresiona. Unamos una habilidad inherente a la hora de aprehender y penetrar (en y sobre) las correlaciones humanas. De ahí, por ejemplo, que veamos en la película continuos primeros planos que muestran a los personajes tan desnudos como pesarosos en sus emociones más elementales. Aquí prima una descripción muy concreta: la de las relaciones padres-hijos. Y estos personajes son inseparables de su entorno y, por ello, en esta película el paisaje mostrado (el Valle de San Fernando, en Los Ángeles) es un personaje más y tan importante como el resto. Entorno y personajes parecen maridarse de una manera irrebatible. Y de esa unión explota cine gigante y magnético, cine que engloba secuencias narrativas e imágenes alegóricas que hablan de la imposibilidad del Gran Sueño Americano en unos personajes patéticos, tristes, desbordados por el desengaño y las decepciones.

Es “MAGNOLIA” una película obscura, singular y tan bella como profunda y enigmática y en cuyo dinamismo visual nos encontramos uno de los talentos más descomunales que hay ahora mismo en el mundo del cine. Tiene, además, un guion que sintetiza a la perfección unas pocas horas de una serie de personajes atados por sus turbadores destinos. Y, por si lo anterior fuera poco, tiene también un reparto coral de esos que aúnan no solo talento a espuertas, sino magia a borbotones y encanto por todas sus esquinas: ningún actor desentona aquí dentro y TODOS logran interpretaciones épicas que acaban destilando una ternura que estalla en la pantalla de manera asombrosa.

Qué gustazo es poder hablar de una de las películas de mi vida. Esta lo es. Y no sabría con qué imagen o secuencia quedarme de ella. Pero si me obligaran a elegir una a punta de pistola, diría casi con toda seguridad que la de Tom Cruise al lado de su padre (Jason Robards), con la cara desencajada por el llanto, la rabia y la impotencia, gritándole: “No te mueras, no te mueras, no te mueras”.

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