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"MAIXABEL", de Icíar Bollaín



(España, 2021)


Esta película nace sabiendo la región hosca que va a recorrer. Como sabe que lo que va a contar es un envite temerario. Tal es la delicadeza de lo que narra que, al menor descuido, se podría haber tambaleado, dándose un resbalón mayúsculo de los que conseguirían subrayar el ridículo o la vergüenza. Pero hay algo (tres cosas en realidad) que la sostiene cada segundo y en cada escena: la escritura con los diálogos incluidos en ella, las interpretaciones de todos y cada uno de los actores que aparecen en la pantalla y un trabajo de dirección autoritariamente soberbio.

Emociona (como pocas veces logra el cine español) una calculadísima y sorprendente diafanidad (tanta que le da magia, calado y verdad a lo que se escucha) en el subrayado de cada palabra que dicen los personajes y eso se debe a un trabajo meticuloso, de orfebrería de la palabra justa y bien medida. Luego, esa escritura dialogada la deben declamar los actores y aquí se produce el otro gran milagro de la película: qué actores nos entregan las imágenes de la pantalla, con una Blanca Portillo y un Luis Tosar a la cabeza de todos en unas de esas interpretaciones que el espectador entregado sabe que no va a olvidar nunca y que nos regala un tsunami de contención y (aparente) sencillez repleta de naturalidad y, por tanto, de verdad a borbotones. Podrían los actores y las actrices haberse sobrepasado (lo que se cuenta así lo habría aceptado), pero Bollaín los ha dirigido para que la contención sea otro pespunte más del poderío de esta película cruda, honesta hasta herir y valiente, muy valiente, finalmente. Qué planos/contraplanos más sostenidos, qué espléndida sujeción. Y cuánta verdad estalla en la pantalla.

Lo que otras veces en el cine de esta directora ha terminado siendo panfleto, aquí genera pureza y sinceridad de la que duele y aclara o tonifica al mismo tiempo. Las pretensiones (que obviamente las tiene, si no esta película no hubiera nacido) no son sino una apuesta clarísima por la sencillez y los excesos nunca aparecen, aunque detrás de cada escena estén sus sombras y los posibles chasquidos que lo desmoronarían todo y convertirían la película en algo manipulativo y mentiroso. Todo aquí dentro es delicadeza en el trazado de los tormentos interiores y contiene íntima y centralmente, por si fuera poco todo lo anterior, una de las mejores defensas sobre la concordia social y la necesidad del diálogo. No me corto en decir que Icíar Bollaín ha construido su mejor película hasta la fecha. Bravo.

Posdata: Alberto Iglesias se reinventa como compositor de bandas sonoras y nos regala otra impresionante música que subraya, sin invadir jamás, el torrente de emociones que genera la película y que cala en el espectador hasta el desbordamiento de la lágrima o hasta de la congoja y una presión catártica en el pecho del que esto escribe.

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