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“MAMÁ”, de Joyce Carol Oates

  • salva-robles
  • hace 6 horas
  • 4 Min. de lectura
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“MAMÁ”, de Joyce Carol Oates

AÑO: 2005

PÁGINAS: 479

GÉNERO: novela

 

Entrar en cualquier libro de esta autora es saber que se entra en una zona repleta de sinuosidades, de acantilados peligrosos y muy lejos de cualquier zona de confort. Incluso en una novela como esta que, a priori, por su línea argumental, sería una narración clásica en cuanto a tema universal (se narra la historia de una hija tras la pérdida, en circunstancias trágicas, de su madre). Parece “MAMÁ” (y empleo este verbo con toda la intención entrecomillada) una novela muy americana (y, de hecho, lo es), de esas que cuentan una especie de redención con finales (digamos que dos concretamente) que cierran círculos a la manera de como le gusta al público americano (y que el resto del mundo hemos aprendido) cuando asiste al cine y que aplaude a rabiar cuando el protagonista “consigue” sus buenos propósitos. Uno se imagina, mientras la lee, la versión cinematográfica o televisiva (una miniserie de 10 episodios) y una cantidad de premios y beneplácitos críticos, tal es la cuantía de demarcaciones estancas que comparte un argumento que podría pasar por trillado y multiconocido, por transitado ya por muchas literaturas y por el cine o las series. En este sentido, es una novela que escoge todo aquello que el público medio pide con ansia viva como disfrute. Y la Oates se lo da con creces y hasta multiplicado.


Pero no, qué va. No, no y no. La americana es una autora que deslumbra siempre, ya sea por su capacidad inventiva, ya sea por su realismo apegado a las verdades que escuecen, ya sea por su eficacia narrativa a la hora de crear universos concretos que parecen sinfonías estupendamente pensadas y aún mejor ejecutadas y rematadas, ya sea por cómo mixtura los géneros, ya sea por cómo logra sacudir las conciencias de los lectores a través, como ocurre en “MAMÁ”, de la radiografía emocional tan perturbadora y, finalmente, conmovedora de sus dos personajes femeninos centrales (porque aunque uno esté muerto, está muy vivo dentro de las páginas y estas se encargan de retratarlo con virtuosa majestuosidad a la misma vez que retrata al otro personaje femenino que narra todo en primera persona: la hija). Hay milagro narrativo a la hora de crear sendas criaturas de ficción que parecen dos mujeres de carne y hueso: una, la eterna ama de casa anónima norteamericana, que sacrifica su vida por su familia; y la otra, una hija muy alejada de lo que representa su madre y que ha logrado su liberación sexual contra las normas establecidas y una independencia económica que no la hace depender de nadie que no sea ella misma.

Hay en “MAMÁ” un costumbrismo (hiperrealista) a lo Steimbeck que la Oates convierte en reivindicación sin panfleto. Esta novela da voz a esas mujeres anónimas que son las que, de verdad, hacen que la vida se mueva, funcione y salga hacia delante ante las adversidades. Esas mujeres ilimitadas, sumisas y calladas, pero que gritan con sus movimientos en la cotidianidad y sin las que una familia no saldría a flote en ninguna circunstancia. Esas madres, sí, esas mismas que todos conocemos y a las que no les agradecemos lo suficiente nunca, porque nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde. Y de esto va la novela: de una hija que se da cuenta de. Pero la Oates no es superficial. Disfraza la cosa, al principio, como un thriller (hay un asesinato atroz y una investigación posterior) que, pronto, deviene en otra cosa: aquí lo que importa es el retrato de un mundo concreto, de unas mujeres dentro de esa concreción medioambiental. Y conmueve cómo la hija va descubriendo a la madre perdida.  Cómo la hija, a la misma vez, se reinventa tras esa muerte y se autodescubre también. Así, la trama nos revela dos redenciones. O quizá tres: porque el lector se implica y se siente todo el rato interpelado: todos hemos tenido o tenemos una madre. Todos somos (o hemos sido) hijos de una de ellas. Y la Oates tira de oficio, de habilidad e inventiva para ir redescubriéndonos capas y más capas de dos mujeres portentosas (y de todos y cada uno de los personajes secundarios masculinos y femeninos: pienso en el detective, en el padre, en el amante casado o en la hermana, pero hay tantos y tantos personajes brillantes en esta novela -ay, esas tías, esas vecinas, esos hombres del pasado) que se erigen en personajes literarios maravillosos, de esos que el lector que yo soy no va a olvidar nunca.

Hay tanto dentro de esta novela. No solo ese thriller o esa tragedia otorgan equipamiento al corpus narrativo. Es que la Oates crea un universo complejo y múltiple que empieza, sí, en algo muy existencialista y que tiene que ver con las relaciones madre-hija, que son un universo propio; y lo anterior la autora norteamericana lo adereza con una radiografía del duelo espeluznante, dura, realista y compleja. Pero hay más: el pasado como tapadera, los roles que asumimos por transmisión educacional y que no sabemos que tenemos instalados, la familia como cárcel, una historia romántica (de esas que en Danielle Steel resultarían ñoñas y ramplonas, pero que en la Oates suenan a música celestial),…

Escrita en primera persona y cargada de un humor corrosivo en mitad de las tempestades, la novela está saturada de introspección en el deambular íntimo de una hija que creía unas cosas y descubrirá otras muy distintas. Y esto le sirve a la Oates para construir como artista otro corpus más dentro de su dilatada carrera narrativa en la que hay una exploración continua de la vida americana a la que le va descubriendo, en cada nuevo libro, nuevos semblantes, variados aspectos, múltiples exteriores. La autora sería la cebolla y sus novelas las capas de esa cebolla.

Carol Joyce Oates corre varios riesgos en este libro y yo creo, muy sinceramente, que salva todos los escollos y sale airosa de los embates en los que se mete. Un lector despistado o que la lea a la ligera o en diagonal, creerá que está ante una novela menor y no es así. Aquí dentro hay un campo de minas en cada página. ¡Booooommmmm!

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