No necesita la directora de triquiñuelas de ningún tipo para epatar y lograr una película inmensa en profundidades y en alcanzar un retrato verídico muy anclado en el hoy. Verosimilitud a espuertas, realismo consistente y transparente, que utiliza un tono de comedia ligera para, en realidad, hablar de dramas cotidianos que nos importan porque tienen que ver con esas decisiones que tomamos y que nos condicionan la existencia de por vida. Y cuando tomamos decisiones siempre nos asaltan las dudas, los titubeos y las perplejidades. Amplifiquemos esos asaltos psicológicos con la presión social, incluida la de los amigos que nos rodean, que quizá es la que más daño nos hace porque es una coacción silenciosa en muchos casos. Y si, además, esas decisiones van contra lo que las tradiciones nos imponen, apaga y vámonos: la presión es morrocotuda. Y esta película la muestra con sencillez, con naturalidad y con una honestidad que acaba emocionando porque destila verdad.
A todo lo anterior hay que añadir algo todavía más complicado: una mujer decide no ser madre (y este es el tema central de la película junto al del embarazo no esperado). A ella, por el mero hecho de serlo, se le añaden aún más chantajes, más intimidación y más apreturas sociales. Y la directora, junto a dos actores maravillosos en naturalidad, nos regalan una obra con una gracia mayúscula que permite que el espectador se identifique absolutamente con las situaciones y los personajes.
El universo que nos propone esta película es tan verosímil que llena de emociones reales la pantalla. Pocas películas logran esto sin trucos o sin parafernalias mentirosas. Por eso, estamos de enhorabuena de nuevo en el cine español: el realismo continúa regalándonos obras sugestivas e intensas, películas que se clavan en las retinas y en el corazón del espectador. Bravo.
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