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"MANTÍCORA" (España, 2022), de Carlos Vermut




La gran película incómoda del cine español en mucho tiempo. Muy incómoda. Esto va de un monstruo. De un monstruo que tiene vida cotidiana como cualquiera de nosotros, que se llama como tú y como yo y que tiene vecinos como tenemos todos. Es ese monstruo cualquier ser humano que te cruzas en la calle, en el ascensor o comprando los mismos yogures que tú en el Mercadona (porque, además, resulta que le gustan los mismos yogures que a ti). Con ese monstruo hablas cuando te lo cruzas y lo saludas y le das los buenos días y ese monstruo, a veces, se adelanta a tus saludos y te saluda antes porque es educado, parece hasta buena gente, un ser más del montón, anónimo, independiente, un ser humano que podrías ser tú y tan tú como tú eres si no fuera porque es un monstruo y tú no lo eres y tú no sabes que es un monstruo porque no lo lleva escrito en la cara y porque hay monstruos que disimulan muy bien que lo son y hasta disimulan sus monstruosidades porque las hacen en la intimidad. Y el monstruo de esta enorme película es, por si fuera poco todo lo anterior, un monstruo que sufre por serlo y quiere redimirse, lucha con todas sus fuerzas para no serlo, pero tiene una inclinación mortal y no puede sacársela de encima. Y la película coloca al espectador en la tesitura de posicionarse, te instala en la molestia de tratar de comprenderlo (que no justificarlo, pero sí entender lo que le pasa al pobre y que no puede evitar). Y encima, el monstruo se enamora de una chica inocente, preciosa, una chica ideal, honesta, digna de ser amada por alguien que le dé todo lo que su bondad se merece. Y ella tampoco sabe que se ha enamorado de un monstruo.

Carlos Vermut nos regala una película pulcra, tan pulcra que nos llega a abatir tanta naturalidad para contar lo que pronto se descubre que está contando y el espectador se queda atónito, sin saber por dónde tirar con las emociones que las imágenes le han creado. La trama se desarrolla de manera franca, directa, con una limpieza estilística enorme y, sin embargo, debajo de todo hay una viscosidad tan densa como tupida y pesada, que comienza a atormentar al espectador, que no sabe dónde situarse porque resulta que ese monstruo es humano y tiene aristas y debilidades y su monstruosidad es una enfermedad que no se merece, pero la tiene y eso lo ha convertido en el monstruo que no queremos tener que juzgar, por muy terrible que sea lo que hace. Que lo hace y es terrible, copón santo bendito. Y el miedo, de pronto, se instala en todas nuestras esquinas: ese monstruo puede ser cualquiera. A mí también me podría haber tocado en el reparto -al nacer- serlo.

Acaba siendo una película tétrica, sombría y muy triste. Pero resulta que todo eso nos lo han contado con una belleza fílmica que es puro cine en estado mayúsculo. El cine nació para películas tan tremendas como ésta: nos cuenta la vida y el horror de la vida y lo hace sin miedo alguno de tirarse al vacío. Su director no necesita provocarnos directamente, no es el cine que le gusta hacer: dentro de sus películas, y en esta más que nunca, hay una preferencia por pinchar a base de sutilezas y a base de crear atmósferas desasosegantes, plagadas de desencantos emocionales que, además, no lo aparentan, hay que observarlas por debajo para descubrir esas capas de oscuridades humanas porque es una película que sólo muestra (figuradamente) la superficie.

Gran cine español. Para mí, y lo digo sin matices y sin problema, la mejor película del magnífico año de cine que tuvimos por nuestras tierras en 2022. Uno tiene sus debilidades, y esta película con monstruo que llego a comprender -sin perdonarlo- es una de ellas.

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