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"MARÍA REPÚBLICA", de Agustín Gómez Arcos


“MARÍA REPÚBLICA”, de Agustín Gómez Arcos

AÑO: 1976

PÁGINAS: 345

GÉNERO: novela

 

Segunda novela que me leo de este autor y segunda vez que caigo rendido ante sus historias, sus personajes y su estilo narrativo. Vuelvo a encontrarme una novela dura, con personajes al límite y en la que la intimidación y el espanto toman un protagonismo que, en este caso, sobrepasan lo esperpéntico y lo convierten en casi leitmotiv de una historia que es pura crítica profunda a una España muy concreta: la de la posguerra de los vencedores frente a los vencidos.

Percibo una escritura repleta de rabia, que nace, se piensa y se transmuta en palabras desde el arrebato y la furia crítica. Puedo comprender aún más por qué este autor se tuvo que exiliar, fue silenciado (otra manera de arrojar a la cuneta a un ser humano contrario al régimen franquista) y apartado para que no molestase en ningún momento. Su literatura es como un grito de rencor, valiente y temerario, que llena las páginas de emociones mixturadas como el dolor, la amargura, la rabia o el humor. Y de todo ello hay en esta “MARÍA REPÚBLICA”, una novela que, pese a todo el horror que cuenta, es milagrosa en eso de compensar y contrarrestar turbaciones, rabias, trastornos y militancias religiosas o sociales extravagantes, mentirosas y tan delirantes como incómodas o dañinas. Es la literatura de Gómez Arcos una ofuscación y hasta una pesadilla por dar voz a todas esas heridas que produjo la Guerra Civil y que no se han curado nunca. Percibo en esta y en la anterior novela que me leí de este autor (“EL CORDERO CARNÍVORO”), unos retratos verídicos de esa España abochornada, sometida y que sobrevive hundida en la miseria.

“MARÍA REPÚBLICA” comienza con tono realista y acaba siendo un baile de máscaras, casi una teatralización descoyuntada y esperpéntica de aquellas obras valleinclanescas en las que la realidad se desfiguraba exagerando sus rasgos caricaturescos y que sometía el lenguaje coloquial a través de una elaboración particular y desgarrada. Es cierto que esas dos partes tan diferenciadas logran, finalmente, un texto delirante y extraviado y en el que las palabras actúan como fusiles de percusión con implacables cargas propulsoras. Es, claramente y en definitiva, una novela inclemente y despiadada que atiza y pincha contra el peso ideológico del nacional-catolicismo tan particular de nuestra España de posguerra. Sin embargo, todo esto (que suena a horror y rabia descomunales) está pasado por el filtro de la parodia y del humor y, gracias a ello, la novela se lee y se respira mejor porque de otro modo sus horrores hubieran sido difícilmente soportables.

Cómo se agradece que una editorial modesta se esté atreviendo a darnos a conocer a uno de los mejores autores españoles de posguerra, pero que permanecía en el más injusto de los ostracismos y que escribió gran parte de su obra en lengua francesa. Y yo, como lector entregado, no voy a dejar de leer a Gómez Arcos, pues me he encontrado a un escritor-fantasma descomunal que utiliza una prosa fustigadora que se disfraza de una falsa y electrizante naturalidad.

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