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"MINIMOSCA", de Gustavo Faverón Patriau

Actualizado: hace 6 días


“MINIMOSCA”, de Gustavo Faverón Patriau

AÑO: 2024

PÁGINAS: 715

GÉNERO: novela

 

 

LA NOVELA FAVERONIANA o

un nuevo subgénero narrativo

 

Nos gusta etiquetar, reconozcámoslo. Nos encanta poner titulares, marcar, estampar o rubricar las cosas. Somos esclavos de las redes sociales donde lo que prima es el titular rimbombante, altanero y perdurable durante 24 horas, todo lo más 48. Ya se están colocando rótulos a “MINIMOSCA”: que si novela total, que si novela bolañesca o cervantina, que si Borges, que si realismo mágico, que si tal o cual. Todos titulares elogiosos, como debe ser. No lo discuto. Lo que sí voy a dejar claro es que esta última creación de Gustavo Faverón Patriau es una obra única que se parece sólo a Faverón Patriau, un autor con mundo ficcional y narrativo propios que no se parece a nadie, excepto a sí mismo. Y esta tendría que ser la mejor y más justa (y loable) contundencia que se debería utilizar a la hora de catalogarla: la literatura del escritor peruano es incomparable con nada ni con nadie, es un género nuevo en sí misma, una mutación del arte de escribir historias que un talento descomunal nos regala en este siglo XXI tan escaso de ingenio e inteligencia artísticos (sí, hablo de esos que dejan huella perdurable e inmortal y no sólo durante 24 horas o 48).

Y una vez dicho lo anterior, hablemos ahora de “MINIMOSCA”. ¿Hablar de esta novela? ¿Y por dónde debería empezar uno a hacerlo? La terminé hace muchos días y no me he atrevido hasta hoy con lo de ponerme a (intentar) decir algo sobre ella. Quedé tan abrumado y trastornado leyéndola, que no encontraba un discurso que me valiera para comentar lo que me había topado entre las páginas. Es tal su torrente, tal su locura ficcional, tal su laberinto narrativo, que uno queda abrumado ante una obra de ingenio tan enorme (y eso que ya venía avisado tras leer hace unos años la monumental “VIVIR ABAJO”). Porque “MINIMOSCA” es algo más que una novela, es un artefacto de ingenios varios que se pueden resumir en ¿uno solo?: la ruptura de las convenciones. Porque dentro de ella está, sí, todo eso que podemos imaginarnos que entra en el género narrativo, combinado o mixturizado, pero es que en la novela de Faverón se destrozan los trazados narrativos a los que estamos acostumbrados para asistir (como invitados privilegiados) a una residencia gigantesca, escondida entre árboles enormes, que ha sido construida para crear una ilusión óptica sustentable en una imaginación torrencial que parece inagotable. Cada trama, cada argumento, cada hilo conductor, cada personaje suman en sí mismos (y más cuando se junta todo en esas setecientas y pico de páginas) otras historias caleidoscópicas, laberínticas, desdobladas, que se centuplican casi infinitamente por meandros que solo pueden llevar al lector a un alucinante (y alucinado) viaje que es (realmente lo es) un juego furioso e hipnótico de narratividad caudalosa, que se zambulle en (y nos propone) caminos forasteros y no transitados por un género que necesitaba expandir y renovar su definición y caracterización, es decir, su ciencia nomotética.

Pero es que “MINIMOSCA” (a la que habría que sumar como hermana gemela -o deudora de ella- la novela “VIVIR ABAJO”, publicada en 2018 por Candaya también) es todavía mucho más: es, al mismo tiempo, algo así como un convenio (o compromiso) filosófico que pone en conciencia el mundo tenebroso de nuestro hoy que se ahoga en incomodidades y que solo se puede soportar desde lo paradójico, lo absurdo y hasta lo irracional. Todo lo anterior mejor sobrellevado gracias al humor, tan negro y descabellado como el mundo que nos ha tocado protagonizar. De hecho, ese humor (tan faveroniano) es lo que hace más llevadero el tsunami de desgracias, desastres y vivencias que resisten los personajes que pululan por la novela, cuya colectividad es un espejo de realidades atroces tan históricas como reales (y pasadas por el filtro de la imaginación o la fábula). Pero hay otro bálsamo, además del humor, al que recurre Faverón para dignificar las vidas de sus criaturas y para que estas toleren mejor la realidad: la invención, la fantasía, la utopía o el juego metaficcional como soportes narrativos que arropan a la memoria y al pasado de unos seres desgarrados que necesitan reinventarse a sí mismos e incluso renovar/falsificar sus recuerdos. De ahí que los personajes sean verborreicos, fabulistas y hasta mentirosos. De ahí, también, que las criaturas reales que brotan en la narración parezcan seres de ficción y hasta se les inventen vidas paralelas, fingidas o supuestas. De ahí que las tramas retorcidas (y las hay a tutiplén) aparezcan repletas de seres que parecen fantasmas que se vinculan entre ellos de una manera que resulta inadmisible, pero que la imaginación de Faverón hace practicable y hasta posible.

Y siguen las maravillas: dentro de “MINIMOSCA” caben tantos temas como subtextos y argumentos. Así la locura, la familia, la paternidad, el amor (en todas sus vertientes), la violencia, la supervivencia, el arte (y hasta la falacia del arte) o la venganza…entre otros muchos, van pululando entre las páginas casi (o mejor sin el casi) con la misma torrencialidad que los personajes y las historias. Y la novela se agiganta construyendo un cosmos único, que parece inenarrable de tan inmenso, que bucea con hechicería y profundidad entre lo colectivo y lo intestinal o personal; un cosmos que parece que se propone (con todo el artificio posible) algo así como reordenar el mundo, explicarlo o, al menos, como que se dilata y enfatiza para intentar comprenderlo.

Es “MINIMOSCA”, finalmente, una novela que descompone y trastorna la rutina o la práctica lectora, pues los lectores entregados percibimos todo el rato, página a página, que estamos ante la gran alegoría del arte de contar y que ese arte modifica nuestros conceptos y experiencias lectoras anteriores. Cuánto oficio hay entre las costuras de esta novela, cuánto talento y cuánta rendición/homenaje a la destreza de relatar. Y qué mente privilegiada hay detrás de estas 715 páginas, quizá la más macabra (y entiéndase esto como lo contrario a un insulto) que yo me he topado en mi rutina vital como lector.

Posdata: cuando se hacen listas tontas de los mejores libros del año, un libro como este debería figurar SIEMPRE a la cabeza, en lo más alto del podio. Sin discusión, sin controversia, sin debate y sin broncas. Al César lo que es del César. Y si a alguien no le gusta esto, pues tampoco pasa nada, será por libros y por gustos. Pero, y por favor, no nos neguemos a la evidencia: a veces, en escasas ocasiones, ocurren los milagros. No cerremos los ojos como en tantas e injustas ocasiones.

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