"ES SU VIDA" (Francia, 2021), de Emmanuelle Bercot
A los dramas les pido dos cosas: que me emocionen sin engañarme y que me cuenten historias humanas que cualquiera de nosotros podría protagonizar (aunque nos pese y/o no deseemos vivirlas, claro está).
Esta película lo ha logrado. No quiero pasar por lo que pasa el protagonista, ni siquiera vivirlo como padre o familiar cercano, pero la película ha conseguido contarme su tragedia desde un punto de vista diferente: desde el lado de los que cuidan a los enfermos y el coste emocional que supone cuidarlos. Y me genera una esperanza: ojalá todos los pacientes terminales pudieran ser tratados por profesionales como los que muestra esta película notable. Por ahí debería ir la medicina del futuro inminente.
Hay escenas que bucean con persistencia en lo lacrimógeno (las canciones, las escenas del hijo del prota), pero ninguna me molesta y las comprendo. Hay un trabajo actoral de conjunto sobresaliente (a la cabeza los inmensos Benoît Magimel y Catherine Deneuve -a esta última nunca la había visto tan tierna-), de esos que uno degusta y recuerda toda la vida. Me encanta que no se centre todo en lo morboso del declive humano ante una enfermedad terminal como la que padece el protagonista.
Hay cosas absurdas dentro del guion que me remueven sin molestarme la visión de la película. Y termino comprendiéndolas también.
Hay una apuesta reformista y progre en la manera de tratar la verdad del cáncer que es lo que más me ha emocionado. Y que le da al proyecto una valentía encomiable.
Hay momentos poderosísimos que me han hecho suspirar o gimotear uno de esos nudos que la película me ha instalado.
Así que sí: me ha encantado verla. Y añado un nuevo título a mi amor incondicional por el cine galo.
Posdata: en los títulos de crédito finales suena una versión estupendísima y sobresaliente de la canción "Voyage, Voyage" de Desireless. No se la pierdan si deciden ver esta película dura, pero narrada con mucho tacto.
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“GLORIA MUNDI” (Francia, 2019), de Robert Guédiguian
Reconozco, más antes que en sus últimas películas, que de este director me ha gustado que muestre su ira ante las injusticias de la manera sosegada en la que siempre su cine nos describe los conflictos de la gente normal, humilde, vapuleada por el sistema. Su crítica me llegaba y emocionaba hace muchos años. He visto en su cine casi siempre conflictos reales en la clase trabajadora, de esos que ves o sufres o escuchas en lo cotidiano. Es un cine que actúa como contrapartida al de superhéroes; de hecho, sus películas también tienen héroes, pero son los que te cruzas en el ascensor, en la cola del banco o en la del paro y no llevan disfraz o capa.
Pero sus historias llevan años padeciendo un importante problema: los diálogos y las situaciones reales descritas tienen poca credibilidad. En sus películas los personajes hablan mucho, un torrente verbal que permite que conozcamos sus conflictos y su mundo interior; sin embargo, se enredan unos con otros en hilos invisibles que crean aprietos que no se sostienen a poco que los pienses y acaban convertidos en figuras grotescas o caricaturizadas por culpa de lo planos que terminan siendo. Hay más contundencia en las intenciones que en los resultados. Es decir, veo maniqueísmo en los mensajes concluyentes que pretende transmitirnos y noto demasiado su didactismo y la demagogia.
En definitiva, lo que hace muchas películas era penetración en el drama, ahora es una desmedida catarata de situaciones descritas sin matices y sin magia y que, en muchas ocasiones, no resultan probables. Y entonces me percato de que veo la película sin que me cale o remueva. Porque ni siquiera me induce al debate.
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“LA ALTA SOCIEDAD” (Francia, 2016), de Bruno Dumont
¿Cómo es posible que haya sido incapaz de despegar los ojos de la pantalla cuando en ella pululaban personajes que se caían torpe y constantemente, echaban a volar de pronto, comían carne humana, soltaban diálogos dementes o directamente desquiciados y aparecían escenas -unas detrás de otras- plagadas de situaciones desmedidas?
Pues porque en ella hay unos actores (grandes actores) sin sentido del ridículo haciendo el más espantoso y adorable de los ridículos; porque en ella hay personajes desternillantes y situaciones extrañas y tan jocosas como delirantes; porque la película presenta una factura espléndida y cuidada; porque la historia que cuenta es -no siempre, pero casi- original, curiosa y hasta insólita (no por lo que cuenta -que también- sino por cómo lo cuenta: uno no sabe si sonrojarse o reírse, si salir corriendo o dar marcha atrás y volver a ver las escenas); porque esta esperpéntica locura es tan excesiva como radical en planteamiento, desarrollo y desenlace. Y porque, finalmente, optas por reírte y pasártelo pipa. Mucho.
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“AMANTE POR UN DÍA” (Francia, 2017), de Philippe Garrel
Uno la está viendo y tiene la sensación de estar dentro de ese cine francés que ha amado toda la vida. Ese cine que parió joyas de la “nouvelle vague” que no hace falta nombrar porque están en la retina de los espectadores amantes de un tipo de cine tan particular, tan poético, tan profundo en su sencillez estilística, con un blanco y negro y unos primeros planos que tanto dicen de la psicología de los personajes.
Esta película la miras y amas de nuevo todo el cine que ya has visto de estas características. Amas a los personajes (a todos) y sientes que vuelves a amar al ser humano con todas sus imperfecciones o gracias a esas imperfecciones. Y quieres ser uno de ellos, cualquiera te vale. Quieres que te retraten con esa cámara tan íntima. Quieres hablar esos diálogos lacónicos, pero tan cargados de profundidad y alma. Porque este es un cine que sabe atrapar lo que ningún otro cine sabe hacer: la ausencia y el amor, o el amor en su ausencia, o la ausencia en el amor.
Garrel vuelve a contagiarme de algo que amo desde siempre: un cine inmortal y fascinante, que este espectador que yo soy y quiero ser hace suyo y sólo suyo. Porque éste es el cine que yo siempre aspiro a ver.
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