AÑO: 2020
PÁGINAS: 184
GÉNERO: novela
Hay belleza allí donde uno parece que no la encuentra. Y la literatura demuestra, una vez más, que puede servir como confesión, vomitona y desahogo para un escritor que, al mismo tiempo que se desnuda, nos regala a los lectores una lección (en este caso, magistral) de ajuste de cuentas consigo mismo, con un padre y, en definitiva, con la vida.
Hay muchos autores que han escrito de o sobre su padre. No todos logran profundidad y poesía al mismo tiempo. En este (cuyo título es un verso bellísimo de Dylan Thomas), el hijo (autor de la escritura que leemos) ha esperado con la suficiente distancia para hablar, con madurez y serenidad (no exentas de dolor), de la huella que ineludiblemente nos dejan nuestros progenitores, nos guste o nos disguste. Es la herencia y de eso nadie se libra. Y Menéndez Salmón lo hace sin mecanismos mentirosos: va al grano. Y es esa pureza sin disfraces lo que más impresiona, lo que más toca, remueve y llena al lector (que lee cada página atiborrándose de emociones variadas).
Es un libro con valores diversos, pero yo me quedo con su franqueza, con su pureza confesional en la que el perdón, el entendimiento y la reflexión se dan la mano para conseguir lo que muy pocos libros logran: dar puñetazos curativos al lector, que cierra el libro vapuleado pero, al mismo tiempo, irrebatiblemente agradecido.
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