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“OPPENHEIMER” (EE.UU., 2023), de Christopher Nolan




PUNTO UNO. No es la película perfecta que podría haber sido. Lo tiene todo para serlo y, sin embargo, no lo logra. Se queda en una gran producción cinematográfica en la que funcionan a la perfección prácticamente todos los elementos que la conforman, excepto uno. Luego diré cuál pienso yo que es.

PUNTO DOS. “OPPENHEIMER” es cine disfrutable casi cien por cien. Nolan es un cineasta inteligente, con un brío visual como pocos atesoran hoy en el mundo del cine. Sus películas son todas películas audaces, inquietantes, con ritmos internos fabulosos y que son pura imagen artística. En el cine de Nolan cobran nuevos sentidos esa sinfonía de elementos como son el montaje, el sonido, la fotografía, los encuadres y planos y hasta el trabajo de los actores cuando todo ello está dirigido con mano maestra. Y Nolan es un maestro. Notas aquí, en su último trabajo, una brillantez casi indescriptible en todo lo que tiene que ver con la orfebrería fílmica. Se percibe cómo cada plano y cada escena están pensados hasta la extenuación por un perito obsesionado con la perfección. Hay filigrana y finura y, claro, el espectador exigente (así me considero) se topa con una obra despiadadamente brillante, aunque con peros.

PUNTO TRES. En esta película de diálogos caudalosos y de personaje múltiple se necesitaba un grupo de actores que supiera estar a la altura del torrente verborreico. Y Nolan ha elegido muy bien al grupo de intérpretes: están todos de premio. Nada que objetar a los actores. Lo que logran algunos de ellos es, simple y llanamente, memorable. Y lo que hace el director con el estudio de personajes es también encomiable (excepto con los personajes femeninos, que están poco o nada desarrollados: un ejemplo, el de Florence Pugh y esto no es por culpa de la actriz, conste).

PUNTO CUATRO. El artefacto fílmico dura tres horas. 180 minutos dan para mucho, hasta para aburrirse. Pero el aburrimiento nunca se percibe en la película de Nolan, que avanza siempre con ritmos arrojados y montaje espectacular. Ambos (ritmo y montaje), sumados al sonido, nos regalan una película embriagadora, inquietante, de las que te van encogiendo la respiración y muchas veces hasta te hacen abrir la boca de admiración. Yo he llegado a sentir miedo en algunos momentos en los que hasta la butaca temblaba dentro de la sala. Chapeau a esta mixtura de elementos que desencadenan tales sensaciones.

PUNTO CINCO. Pero “OPPENHEIMER” me hace sentirme un espectador frustrado. ¿Por qué? Por el guion. Llega un momento (y en tres horas son varios los momentos estos) en el que me pierdo, en el que no me siento inteligente ante el torrente verborreico que me están contando y aprecio que no sé qué me están queriendo decir los personajes, que hablan de física cuántica y agujeros negros, pero también de dicotomías, peleas y mentiras o manipulaciones políticas que parecen interesantes e importantes, pero como ando perdido, me reprimen, me imposibilitan el entendimiento y me estropean o dificultan el disfrute completo. No he leído por ningún sitio a críticos o espectadores que esto les haya pasado y me ha llamado mucho la atención. ¿Seré yo, entonces? Pues eso será, que mis entendederas no dan para tanto. Y eso que estoy sintiendo todo el rato (enganchado a la pantalla como pocas veces me ocurre con el cine) que quiero entender, que me parece importante lo que se narra frente a mí, que me resultan hasta atrayentes y sugestivos los temas que toca la película. Y esto que digo, conste en acta, señorías, no es la primera vez que me pasa con el cine de Nolan.

PUNTO FINAL. Sé y percibo que “OPPENHEIMER” es cine del grande, hasta majestuoso. Cine importante, cine imperecedero. Cine ambicioso, cine adulto, cine como experiencia hasta física. Y con todo esto me quedo como espectador agradecido y no engañado o manipulado. Así que mi calificación es de notable alto: 8. Y no subo más mi evaluación justo por lo que digo en el punto cinco de la reseña.

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