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OTRAS 4 PELÍCULAS BUENÍSIMAS


“VIVIR DEPRISA, AMAR DESPACIO” (Francia, 2018), de Christophe Honoré

 

La honestidad, la belleza de sus protagonistas (dos personajes bien trazados y mejor interpretados) y algunas escenas de agudísimas intuiciones expresivas, hacen de esta película algo hermoso sin ser redonda del todo porque le sobran algunos minutos o escenas reiterativas que la hacen funcionar a intervalos. No obstante, me quedo con su libertad juiciosa, sus homenajes literarios (de hecho, la película es MUY literaria en varios momentos) y su pureza en mostrar lo que quiere contar: una historia de amor en los tiempos del SIDA en la Francia de los 90.

Es triste, a ratos demoledora, con frecuencia divertida y siempre aguda y sutil en el trazado de todos los personajes (incluidos el vecino, el hijo o la madre: todos aportan algo al conjunto y lo enriquecen). Su tono melancólico va calando poco a poco (si estás dispuesto a dejarte empapar por el melodrama y su sentimentalismo pragmático) y, finalmente, quedas atrapado en su pudoroso encanto y en las sutilezas cuando muestra el dolor y la impotencia. Y pese a la tristeza, jamás deja de ser vitalista y positiva. Su alegría de vivir contagia y emociona.

 

EN CUERPO Y ALMA” (Hungría, 2017), de Ildikó Enyedi

 

Contemplémosla como lo que es: una fábula. Y dentro de ella, dos vidas imprecisas que se van a encontrar. Un hombre especial y una mujer tan especial como el hombre. Distintos. Seres diferentes. Raros, pero no tanto. Porque ¿quién no lo es? Levantad la mano y os diré: “mentirosos”.

Escenas donde prima el minimalismo, la contemplación ensimismada más que la acción o el diálogo. Es la película autista por excelencia. El silencio y la belleza de los detalles captados con una cámara que quiere filmar poesía. A veces roza lo cursi, pero jamás llega a serlo: es una película peculiar, no empalagosa y que huye, conscientemente, del sentimentalismo (lo que no quiere decir que no hable de los sentimientos). Y no es cursi porque esos dos seres extraños que la protagonizan son individuos tan humanos como cualquiera de nosotros.

Y las escenas se suceden, y todo lo que aparentemente es sencillo el espectador comienza a captarlo con una profundidad que va calando desde cualquiera de las situaciones que poco a poco se plantean. Es una película fría y hasta gélida (aparentemente) en muchos momentos, y divertida (con un humor naif y hasta poligonero a lo húngaro); es una película con cierta extravagancia que empapa como el chirimiri: poquito a poquito y desde el minuto uno.

Y entre medias de todo eso: la puta realidad. Realidad mascada casi a golpe de tragedia masticada y sugerida, más como amenaza que como verdad verdadera. Porque la vida, a veces, también puede regalar amor del bueno.

 

“CALVARY” (Irlanda, 2014), de John Michael McDonagh

 

Cuando ves una película como ésta, te planteas algo mientras los títulos de crédito se suceden y tú eres incapaz de moverte del asiento donde has estado viéndola: ¿merece la pena ponerte a ver mañana o pasado otra?

Un director gigante de impetuoso temperamento y con estilo tan penetrante como perturbador. Toca. Esta película toca dentro, muy adentro. Donde más lastima: es la épica del dolor en estado puro. Cada personaje (y hay unos cuantos) tienen su espina clavada. Y los entiendes. Mientras el tono parece (por esos diálogos que de puro brillantes son literatura –de la mejor, claro– en estado puro) como de fábula grotesca y por momentos muy divertida, los minutos van pasando y tú te vas quedando absorto en las continuas pinceladas que van dando tono para la tragedia con la que todo termina siendo envuelto.

Espectacular reparto, con un Brendan Gleeson excelso.

Posdata: tiene uno de los mejores arranques que yo he visto en mi vida como cinéfilo.

 

“LA CHICA DESCONOCIDA” (Bélgica, 2016), de los hermanos Dardenne

 

El cine de los Dardenne sigue dando frutos de los buenos. Frutos con sabor a delicada amargura y de realidad a puñetazos. No hay concesiones retóricas ni manierismos efectistas o mentirosos: la cámara muestra lo que hay fuera de nuestros oasis virtuales, de nuestras miradas perennemente conectadas a las pantallas y fuera de nuestras vidas cómodamente burguesas. Los efectos visuales de los cineastas belgas no son digitales, son emocionales y fustigadores. Por eso la cámara -casi encima de ellos- siempre sigue a los héroes en primera línea de batalla (héroes -casi siempre heroínas- luchadores incansables, perseverantes hasta el último aliento en pos de un logro que la realidad les niega a base de hostias constantes).

Aquí, la omnipresente protagonista (que ya aparece magistralmente retratada en los primeros diez minutos de la película) es víctima de la culpa, de la que siente por no haber abierto una puerta a tiempo (tal cual). Y toda la historia gira en torno a la búsqueda (obsesiva) de una redención. Para ello, los Dardenne reinventan el thriller (sin persecuciones, sin detectives, sin rubias fatales, sin final preconcebido) y les sale, con esa contundente sencillez en la puesta en escena que tanto les identifica como cineastas, una película que parece pequeña y superficial, pero que encierra dentro un calado profundísimo sobre la tristeza ingobernable a la que en muchas ocasiones la vida puñetera nos arrastra.

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