(USA, 2016)
He vuelto a ver esta joya.
Una de esas películas que debieran estar nominadas en las épocas de grandes premios. Y que uno no entiende por qué no lo están. Porque tiene un guion inteligentísimo, un trabajo de dirección brillante y unos actores (semi)desconocidos tan mimetizados con sus personajes que te los crees y de los que te enamoras desde la primera secuencia.
Es de esas películas que llegan a uno de manera silenciosa y que cuando las ves te vas a pasar ya toda la vida recomendándola y/o deseando encontrarte con alguien que la haya visto para ponerte a comentarla con ese alguien. O anhelando encontrarte con alguien que no la haya visto para ponerte a verla otra vez con ese alguien. Es imaginativa (su constante juego en el uso del palíndromo es maravilloso, repleto de una imaginería poética de la realidad más cotidiana y absolutamente monótona -por repetitiva, no por aburrida- en la que dos personajes normales y corrientes -pero también, desestandarizados y anómalos- sobreviven con una felicidad contagiosa y tan simple como cautivadora). Un conductor de autobús que ama la poesía y quiere ser poeta. Y una esposa que quiere ser muchas cosas y con miles de proyectos absurdos (y, por otro lado, insólitos y altamente dotados para hacerla inmensa y tiernamente feliz). Sumas esos dos personajes y sale una historia de amor tan poco convencional como delicada, tan hermosa como hipnótica. Y por detrás de todo ello, aún hay más: la sencillez hecha imagen fílmica con profundo calado sustancioso. El minimalismo hecho obra de arte que busca la máxima expresión con los mínimos medios posibles. Una película D E L I C I O S A.
Posdata: Y, por supuesto, hay que leer al poeta William Carlos Williams (otro palíndromo más). Sin duda alguna.