AÑO: 2018
PÁGINAS: 115
GÉNERO: relatos
Es un libro que impacta. Desde la primera página, desde el primer relato. Impacta lo que cuenta, impacta el cómo lo cuenta, impactan los personajes (tanto esas niñas preadolescentes -en su mayoría- que protagonizan la generalidad de los relatos, como los personajes secundarios o que se mencionan y ni siquiera aparecen), impacta esa Latinoamérica retratada que no por creíble y fidedigna impacta menos. Impacta el uso de la elipsis: lo que uno imagina mientras lee y que no sale es tanto o más impactante que lo que ha leído.
La prosa de María Fernanda Ampuero tiene ese tono, esa luz y esa cosa mágica de la mejor literatura salida del “boom”. Hay dentro de las páginas situaciones descritas que te instalan la piel de gallina: la sintaxis de la escritora no se pone censuras, no pone reparos en expresar de una manera lucidamente sucia qué es la pérdida de la inocencia, el fin de la infancia, la violencia masculina (y la femenina, por supuesto), el sexo mal entendido o la crueldad. Y, de paso, muestra un retrato de la familia estremecedor y del mundo de los adultos enteramente perverso.
La intención no es otra que mostrar unos hechos: nadie se salva de la podredumbre. Ni los necesitados ni los burgueses ni la clase alta. Todos parecen vivir en una eterna indigestión.
Es magistral el estilo narrativo de una escritora novel. Hay tanta densidad como sinfonía lacónica. Una autora que sabe mirar y traspasar a la página lo que ha visto. Y que oye la vida como nadie. Y duele. El lector se retuerce, se asquea, se acongoja y, sin embargo, quiere seguir leyendo. Quizás algunos que me observáis el blog estaréis ya pensando que este libro no es para vosotros. Y yo os digo que os vais a perder una literatura franca, potente y con unas posibilidades gigantescas para hacer disfrutar desde el retorcimiento estomacal.
Posdata: sólo un pero a esta colección de relatos. Los últimos 3/4 relatos del libro (son en total 13) no están a la altura de los otros. Pero los demás son piezas soberbias.
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