Hay algo en el mundo de hoy que me fastidia: es inevitable oír, leer, mirar o ver por doquier referencias de las películas antes de que estas se estrenen. Y, si además, en la temporada de premios esa película está en todas las listas, la sobreinformación llega a límites tan chillones que uno como espectador es incapaz (aunque lo quiera) de llegar virgen al cine para ver una obra sobre la que, muchas veces, es mejor NO SABER NADA. Toda la algarabía montada con esta película ha logrado que yo haya ido a verla con unas expectativas descomunales, más si cabe porque procede de un director al que admiro hasta la idolatría absoluta. Bueno, pues un poquito (sí, sólo un poquito, pero sí) de decepción he sentido al verla. No hay duda de que es una película notabilísima, excelente en muchos aspectos, que roza el sobresaliente casi en cada escena. Pero (ay, los peros), me esperaba tanto, casi el no va más por lo que había oído, que se me ha quedado un poco corta y, aunque la he disfrutado (cómo no disfrutarla, es una obra DIFERENTE, no hay duda), me ha dejado un regusto amargo porque mi cabeza esperaba la obra maestra que, quizá, no es o a mí no me lo ha parecido.
Pero vayamos por partes.
Lo mejor (Emma Stone aparte), sin duda, es la dirección: esta película es la obra de un artista libre, quizá de los más libres que existen en el panorama cinematográfico de hoy. Este tipo hace lo que quiere y cuenta sus historias como le da la gana y siempre (sí, siempre) me IMPACTA. Aquí decide re-contarnos la historia, a su manera (por supuesto), que ya perpetró en el siglo XIX la grandiosa Mary Shelley con su “FRANKENSTEIN”, aunque el guion esté basado en una novela de Alasdair Gray que desconozco. Y Lanthimos escoge la fábula como disfraz y convierte la trama mítica del creador de un monstruo en un cuento gótico que se reviste de sátira, parodia, caricatura y socarronería para regalarnos un pletórico y profuso panegírico feminista de altos vuelos (saltándose, sin miramientos y menos mal, toda demagogia o panfleto). Alrededor de todo eso, la imagen cobra una fuerza gigantesca en la pantalla: dentro de ella, cada escena (a cual más onírica y espectacular) es un prodigio en el diseño de producción que no es sino despiadada prosperidad creativa. Este director goza de una imaginación apabullante y ha sabido plasmar en imágenes una subversión de planos inverosímiles que crean una extraña belleza y, al mismo tiempo, una fealdad onírica digna de las mejores pesadillas (ya quisiera el desinflado Tim Burton un logro visual como el que nos regala Lanthimos aquí dentro). Si el Barroco existiera en el siglo XXI, la película “POBRES CRIATURAS” sería su icónica esencia. Por todo ello, es una obra provocadora (qué película de Lanthimos no lo es). Es una película excéntrica cuya chifladura acaba convirtiéndose en una oda a la libertad creativa. Sin embargo, la película decae en algunos tramos, su ritmo incesante como que se estanca en su propia idiosincrasia visual y esto hace que no sea una película redonda del todo, aunque casi que lo logra. Casi, casi. Muy cerquita se queda.
Y luego está Emma Stone protagonizando casi cada una de las escenas. Su omnipresencia es (y ella sabe que tiene un personaje antológico e inmortal que va a quedar para siempre grabado en las retinas del cine) una interpretación eléctrica, muy atrevida y donde el histrionismo lo convierte ella sola en arte mayúsculo, en libertad creativa de altos vuelos, en un trabajo que ya es parte de la historia del cine (y como no le den el oscar, será otra de las grandes injusticias de estos premios obsoletos y casi nunca valientes).
Repito: aunque quería más, porque esperaba un todo o un mucho y, sin embargo, en algunas partes lo magistral no aparece o se pierde en manierismos reiterativos, la película de Lanthimos es una obra magnética, diferente, provocadora, salvaje. Una película libre, emancipada de estereotipos y clichés, que parece un kamikaze en los tiempos retrógradas que nos protagonizan. Es cine-experiencia, tanto sensorial, como auditiva e incluso visualmente. Decorados, fotografía, vestuario y colores puestos al servicio de una extrañeza estética que atrapa al espectador como pocas veces sucede.
CALIFICACIÓN: 9
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