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“PRIMER AMOR Y OTROS PESARES”, de Harold Brodkey

  • salva-robles
  • hace 2 días
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“PRIMER AMOR Y OTROS PESARES”, de Harold Brodkey

AÑO: 1954

PÁGINAS: 160

GÉNERO: relatos

 

Escribió poco y, sin embargo, está considerado por muchos (aunque hoy es un autor olvidado) como uno de los grandes narradores norteamericanos del siglo XX. Yo lo conocía de oídas y tenía un par de libros suyos en casa, pero sin leer aún. Al final de mis vacaciones me decidí por este conjunto de 9 relatos (los 3 primeros tienen un narrador en primera persona, los otros en tercera) y lo terminé de leer subyugado y aplaudiendo (sí, yo aplaudo físicamente en casa a los libros y películas que me fascinan o me remueven o me descubren a artistas brillantes o diferentes o que me muestran el mundo tal y como es, pero de manera contrapuesta al resto). Con solo leer un libro suyo, a mí Harold Brodkey ya me ha demostrado que es un escritor de raza, estupendo y gigante.

De entrada, los relatos de este libro son muy americanos. Es curioso cómo esto se percibe con solo leer un par de páginas. La manera de exponer y describir la cotidianidad o por cómo se expresan y/o actúan los personajes, ya pone de manifiesto esa forma tan particular de reflejar la singularidad de la cultura y la experiencia estadounidense y a mí me recuerda inmediatamente a Richard Ford o a Philip Roth, por poner dos ejemplos claros y posteriores a Brodkey, dos autores que seguro que conocían a este último y lo habían leído con profusión. No es que esté yo seguro de esto, pero no lo descarto. Hay en Brodkey esa cosa (que se refleja de manera tan natural, pero que escrito en prosa y literaturizado debe ser harto difícil y complejo) de trasplantar raíces de problemática tan locales (tan de idiosincrasia americana) y sus efectos en los seres humanos que suman como cómputo para construir la esencia de una sociedad tan concreta y tan particular. Uno lee los relatos de este escritor y percibe la estela de Twain, Henry James, Dreiser, Fitzgerald, Steimbeck o Faulkner, que exploraron todos temas como el gran sueño americano (frustrado la mayoría de veces, claro). Lo particular en Brodkey es su manera de captar a los seres humanos que pululan por sus páginas. En este libro son todos muy jóvenes (algunos en plena adolescencia todavía, otros ya algo más maduros, pero con veintipocos años, no más). Y estos jóvenes, con pocos trazos y una maestría inusual a la hora de retratarlos, son complicados, multidumensionales, seres anónimos captados desde una universalidad en la que ni hay buenos ni malos, sino simples supervivientes. Y esto que no es que sea innovador, en Brodkey toma dimensiones diferentes, pues hay en cada personaje un tsunami de meandros psicológicos presentados en situaciones cotidianas que aparecen en las páginas con una magia literaria espeluznante por cómo saca vitriolo a cualquier hecho cotidiano. Los personajes brodkyanos respiran a diario en atmósferas y contextos únicos (por cómo los presenta el autor, no porque sean distintos a los que vivimos cualquiera de nosotros) y lo que el lector se topa es una reflexión que lo invita inexorablemente a percibirse.

El amor, el deseo, la frustración, la búsqueda perpleja y fluctuante de un futuro, la amistad, la familia como cárcel determinista…, son temas que pululan en los relatos de una forma subterránea y, al mismo tiempo, importantísima en la construcción del carácter (o modo de funcionamiento) de cada personaje. Son todos personajes reflexivos, obsesivos e inmaduros (captados en plena formación no solo intelectual, sino y sobre todo, social). Personajes riquísimos cuyos mundos mentales son presentados en un par de párrafos o con un par de diálogos o situaciones. Todos somos (o hemos sido) esos personajes, lo que pasa es que no lo queremos reconocer o nunca nadie nos describió tal cual somos para que nos diéramos cuenta. Así, la idiosincrasia americana se universaliza en las páginas de un escritor inteligente y dotado de la magia narrativa que muy pocos tienen.

La prosa de Brodkey es deliciosa, se percibe trabajadísima. Nada está puesto al azar. La sintaxis, calculada. El vocabulario, justísimo. Los diálogos, supuestamente azarosos, pero bien meditados y pulidos, tanto que parecen captados con una grabadora y luego traspasados a la letra. Y, sin embargo, esa prosa es alta literatura, no una mecanización de la realidad. Detrás de los pulidos, aparece la magia del virtuosismo en el uso de la metáfora o de las imágenes, o la magia de la profundidad en las reflexiones que se deducen detrás de todo. El ritmo de esta prosa es otra deliciosa filigrana artística y presenta siempre voces mordaces a la hora de radiografiar la sociedad y al ser humano moviéndose en ella. Una prosa, en definitiva, que es arte mayúsculo en eso de pespuntearla con sugerencias y cientos de matices en un mismo párrafo.

Y luego están las estructuras narrativas. Los relatos siempre comienzan in media res y las habilidosas elipsis pespuntean por las páginas para construir y deconstruir tiempos en escenas concretas o que se suceden. Así, los mundos ficcionales presentados en cada relato crean trozos de vida que se perciben como un todo, abarquen mucho tiempo o solo unas horas: el mundo siempre respira, aunque solo sea en un instante, parece que nos grita el autor. De ahí que ninguna historia tenga desenlace, como si la cámara cinematográfica hubiera entrado sin avisar y luego se marcha cuando le da la gana. Pero en medio ha grabado la respiración de la vida.

Dicho lo cual, me pongo ya con sus dos novelas publicadas. Yo quiero seguir disfrutando de un autor mayúsculo y tan sugerente.

Posdata: no me quedo con ningún relato preferido porque todos me resultan fascinantes. Pero hay uno (titulado “Educación sentimental”) que me parece una revisión modernizada del amor cortés medieval (con su lenguaje pomposo y amorosamente edulcorado incluido) que tiene una fuerza y una gracia pantomímica (y muy trágica al mismo tiempo -a la hora de parodiarnos cuando nos enamoramos por primera vez-) descomunales.

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