"RETAHÍLAS", de Carmen Martín Gaite
- salva-robles
- hace 1 día
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“RETAHÍLAS”, de Carmen Martín Gaite
AÑO: 1974
PÁGINAS: 190
GÉNERO: novela
“A ver si te crees que las cosas que te cuento esta noche
con un dejillo de filosofía las sé porque las he leído
en algún libro, no hijo, ni hablar, antes de ser palabra
han sido confusión y daño, y gracias a eso,
a haber pasado tú tu infierno y yo el mío
podemos entendernos esta noche”.
He vuelto a releerla. A veces necesito regresar a mis escritores de cabecera. Guardaba un gratísimo recuerdo de esta novela cuando la leí la primera vez (allá por los años 90, a mis veintipocos). Recordaba de ella que había sido una lectura difícil (por densa, por su lenguaje refinado y agudísimo a mano de dos personajes cultos y minuciosos en su dialéctica de verborrea infinita), pero y al mismo tiempo, recordaba también que había sido una lectura gratificante por pertenecer a un estilo narrativo poco común y hasta valiente: en el fondo, la novela tiene como armazón arquitectónico una extensa conversación entre dos interlocutores que, en realidad, parecen intercambios de soliloquios o monólogos interiores, pues esas retahílas que se sueltan parecen más bien desahogos orales de sus dos personajes protagonistas. Construir así una novela de casi 200 páginas fue para mí toparme con un modus operandi narrativo extraño, inhabitual, diferente. Y siempre se agradece que los escritores nos saquen de nuestras zonas de confort si, además, detrás hay buena (en este caso, excelente) literatura. Fue una novela, para mí, inolvidable. Y al releerla estos días atrás he recordado (y disfrutado de nuevo) los porqués:
· Porque me fascinan sus personajes. Una tía y un sobrino, que llevan mucho tiempo sin verse, se ponen a charlar sobre sus vidas (pero, en realidad, lo que hacen es hablar de sí mismos) durante una noche entera. Y hablan con la necesidad inmensa de encontrar en el otro un interlocutor que los entienda y respete dejándoles hablar sin cortarlos. Hay en esta necesidad de conversación otras necesidades más importantes en ellos dos: por ejemplo, cubrir sus soledades, hablar para comprender mucho mejor el mundo, platicar porque las palabras construyen los recuerdos y dan formas concretas a las emociones y a los sentimientos que guardamos por temor o por imperativos varios que la vida nos coloca delante. Aquí, en eso de la necesidad de un interlocutor, está una de las constantes (y es una de las mayores obsesiones de la Gaite), que a lo largo de su trayectoria va a ampliar en otros libros suyos, en conferencias y hasta en artículos de opinión. De hecho, según afirma su biógrafo, ella decía que esta novela era de la que más orgullosa se sentía.
· Porque en esa conversación de los dos protagonistas surgen temas que nos atañen e importan a todos: la familia y sus meandros, el paso del tiempo, las relaciones sentimentales, la muerte, la ausencia materna/paterna, los secretos, la comunicación o los silencios que la impiden. Todos estos temas van apareciendo, a veces solapados y mixturados, y logran que lo que no parece una historia tradicional (con principio, nudo y desenlace) funcione gracias a una construcción narrativa inteligente, trabajadísima y con intenciones claras: romper con los estereotipos de lo femenino y lo masculino y construir unos personajes que no viven alienados por sus roles sexuales. Y, lo mejor, esto último sin necesidad del panfleto o del radicalismo. Así, las retahílas que vomitan ambos personajes se convierten en palabras que consuelan y liberan y que los construyen como seres que se completan al sentirse escuchados por el otro. En la novela, el poder sanador de la palabra es un hecho evidente y hasta fundamental. Yo diría, incluso, que es el GRAN TEMA de “RETAHÍLAS”.
· Porque la Gaite escribía muy bien. Pero bien de decir que su estilo fue siempre exquisito, culto, tan elevado como envolvente y, sin embargo, leer esta novela no se hace difícil. Muy al contrario, uno va pasando las páginas casi sin darse cuenta, conquistado y avasallado por la magia de una prosa que atesora dentro recuerdos personales, pero también inventiva en eso de radiografiar al ser humano con una hondura que ya quisieran tener muchos psicoanalistas en el hoy este tan esperpéntico que habitamos. Lo íntimo y lo generacional se dan la mano espléndidamente en una novela que profundiza con finura y delicadeza en todo lo que toca. Una novela que le toma el pulso a la vida y la desmantela. Así, “RETAHÍLAS” se ha convertido en una obra literaria importante y emblemática, que tiene un merecidísimo lugar en el olimpo de la narrativa española del siglo XX.
· Porque cuando leo a la Gaite a mí me pasa algo muy íntimo y especial con esta autora: la adoro, sí, pero lo hago no solo por su calidad literaria, sino y sobre todo, porque cuando la leo siento cómo me desnuda, cómo conecta con mis meandros emocionales, además de que veo una radiografía cabal sobre cómo me enfrento yo al mundo y lo que siento cuando este me devuelve lo que me devuelve. A veces, muchas también, veo en sus personajes actitudes que me gustaría tener, pensamientos y palabras que me gustaría expresar y que la magia de su literatura dice por mí. Esta novela, en concreto, tiene dentro eso que persigo con constancia: encontrar a un interlocutor que me escuche y que también me replique y me ponga en mi sitio. El diálogo con otro como forma de crecimiento, como respiradero para soportar mejor el mundo y como sustentáculo para sentirme realizado como ser humano. No es fácil abrirse al hablar, ni es fácil encontrar al oyente adecuado. “RETAHÍLAS” es el triunfo y la constatación de ambas cosas: a veces, y qué bien esto, la vida te pone al lado al interlocutor que necesitas y te mereces.
Leer, en definitiva, a mi queridísima Carmen Martín Gaite es siempre un excelente (y placentero) desahogo. Y lo acabo de constatar regresando de nuevo a su maravillosa literatura. Igual sigo el arrebato y continúo releyendo su obra. Poco a poco y tacita a tacita. Por qué no.
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